jueves, 9 de agosto de 2018

Ya me voy

En el final de mi viaje
en el último trayecto
solo quiero de equipaje
el traje que llevo puesto.

Viajé como ganador sin éxito y sin fortuna
viví como un trovador, no me cabe duda alguna
pero de qué me sirvió el camino recorrido
por tabernas y burdeles si mi triunfo se quedará
entre cenizas y olvido, ingratitud de la vida
que cobras siempre al final.

Factura que te aniquila y te roba la moral
por eso al final del viaje
en el último trayecto
solo quiero de equipaje
el traje que llevo puesto.


Asensio es un español que llegó siendo casi un adolescente a Rabat con una guitarra bajo el brazo. Le invitaron a una serie de conciertos, ya que por aquel entonces el flamenquito y la rumba empezaban a tener éxito en Marruecos.

Aquellos días le dejaron tan buena sensación que decidió alargar la estancia, ya que en España la rumbita estaba demasiado manida con todos los Perets que salían de debajo de las piedras. Los años 70 estaban aún en pañales y en Marruecos encontró un éxito que en España se le negaba y una libertad que tampoco existía en la península. 

Rasgueaba y rasgueaba su guitarra, granjeando poco a poco de fama el garito en que tocaba, una simple pizzería donde la gente hacía cola para cenar y de paso disfrutar de Asensio y su guitarra. Tal fue la popularidad que empezó a adquirir aquel chaval que hasta la familia real acudía a verle. 

Han pasado muchos años desde entonces, pero Asensio sigue siendo un personaje particular. Quedo a comer con él en la misma Mamma, aquel restaurante que se petaba para verle cantar. Está algo cascado: "los excesos cobran peaje", me dice, pero mantiene su gracieta y desparpajo. 

De la familia real hubo un miembro particularmente que se prendó de su arte, el príncipe heredero Mohamed, un joven cuyas institutrices españolas le habían inoculado el arte y la cultura ibérica y entre ellas especialmente el flamenco. 

Hicieron buenas migas y Mohamed empezó a confiar en Asensio hasta el punto de llamarlo para que tocase en fiestas privadas que organizaba en Palacio. Asensio me cuenta sus peripecias, cómo a veces venían a buscarle miembros de la guardia real de madrugada y casi sin tiempo para coger su guitarra se presentaba en pijama, en mitad de una jarana palaciega para tocar lo mejor de su repertorio. 

Los años han pasado y ya ha perdido el contacto con el actual monarca. Así es la vida. Me cuenta que le ha dedicado canciones a Hassan II y al propio Mohamed VI, -puedes encontrarlas en Youtube-, y me narra su aventura cuando se presentó en el Palacio hace unos meses para regalarle al Rey un CD con las canciones. Desgraciadamente no tuvo el éxito que él esperaba y sólo recibió una mala contestación y varias horas de espera e interrogatorio, y eso a pesar de llevar varias fotos que atestiguan aquella amistad y de las que nunca se separa, me confiesa mientras me las enseña.

- Mi error fue nunca pedir nada. Tocaba para él siempre gratis. Nunca le pedí nada a cambio. No creo que él cayese en la cuenta o puede que incluso pensase que alguien del Palacio se encargaría de retribuirme, pero no fue así. 

En una de las fiestas, Asensio le dijo a Mohamed que aquel día era su cumpleaños y el Rey le obsequió con un cheque bastante generoso, fue la única vez que recibió dinero del Monarca, me dice mientras me muestra orgulloso una fotocopia del cheque firmado por el mismísimo Rey de Marruecos.

Pero Asensio no ha cambiado. Tiene una pensión española con la que sobrevive. Pero la vida no le ha tratado tan bien como él a ella. Adoptó un hijo hace tiempo y todo iba bien. Su hijo se enamoró de una madre soltera, se casó con ella y todo era felicidad, hasta que el cruel destino quiso torcer las cosas y su hijo falleció. 

Asensio hoy con su pensión se ha hecho cargo de su nuera, que no trabaja y adoptó al niño para que estuviese protegido legalmente, de forma que la pensión ya no le da para tanto como él quisiera.

- He tenido dos hijos sin ni siquiera quitarme el pijama. Me dice con una sonrisa escocida.

Al terminar de comer, despidiéndonos en la puerta, me señala una peluquería que hay enfrente y me cuenta indignado cómo le estafaron cuando fue con su propio bote de tinte y sólo les pidió que le tintasen el pelo. 

- ¡220 Dh (unos 20 Euros) por tintarme el pelo! ¡Pero si encima yo les llevaba el tinte!

Aquel pelo escandalosamente oxigenado no merecía ni la mitad de ese precio, pero dudo que Asensio fuese Asensio sin esos mechones. 

Al irme, me recita una poesía suya, con la que pretende despedirse de este ingrato mundo y que dibuja perfectamente su forma de ser y de sentir, "Ya me voy...", comienza a susurrar en alto mientras mira al infinito.

lunes, 11 de junio de 2018

La suerte de Yousef, mi suerte y la tuya


A veces no todos los rabateos son buenos, tampoco son malos, simplemente la vida se te muestra como es y tú eres quien debe sacar las conclusiones y tratar de aprender de ellas.
 
Venía hoy de un fin de semana entre amigos, en mi querida España, disfrutando de todo de lo bueno que tiene la vida, al menos mi vida. Deporte, naturaleza, amistad, amor y alguna que otra cerveza. Cuando uno disfruta de días así, el cruce del estrecho se hace harto complicado, ya que el regreso se inunda de sentimientos contrapuestos. Por un lado, el buen sabor de boca que deja un trago de felicidad, pero por otro la sed que te ahoga cuando dejas todo aquello y vuelves a tu rutina, en otro país... ¡y en Ramadán!
 
Y así, todavía con el corazón partío, esta mañana ha irrumpido en mi despacho Youssef, un niño de 7 años español, aunque no sabe hablar español.
 
Su padre, marroquí, emigró hace años a España, sin otro fin que ganarse la vida trabajando. Tardó poco, pilló buena época y logró hacerse un hueco en el, ahora difícil, mundo de la construcción. Como albañil, consiguió ser jefe de obra, llegó la crisis pero él era bueno, honesto y currante, así que lo hicieron fijo y aguantó. Fue entonces cuando volvió a Marruecos, se casó con su novia, que aún lo esperaba y, ahora sí, juntos, regresaron a España. 
 
Unos meses después nació Youssef y seis años más tarde su hermanita. Todo les iba bien, saboreaban el  dulce trago de la felicidad.
 
Sin embargo, un día todo se torció, un infarto acabó con la vida del padre de Youssef y así, de un plomazo, todo se vino abajo. Su mujer, que no había trabajado nunca, se encontró sola, criando a un niño pequeño y a un bebé de meses, sin formación ni experiencia, sin poder desenvolverse en un país donde no tenía familia ni amigos, por lo que, entre lágrimas, decidió volver a Marruecos.
 
Pero en Marruecos la situación no es mucho mejor. La mamá de Youssef trata, sin suerte, de encontrar trabajo ya que sigue sin tener formación ni experiencia. La familia de su marido no quiere ayudarla y sus padres fallecieron hace tiempo. Sólo cuenta con una pequeña ayuda del Estado español, ya que su padre cotizó en España y Youssef y su hermana nacieron también allí.
 
Hoy he conocido a Youssef, no habla español, sólo sabe decir "hola", pero su sonrisa no hace falta traducirla porque es universal. Le pregunto si va al cole y él me enseña orgulloso su cartera llena de libros. Le doy un puñado de caramelos y él sólo coge dos. Me dice, disculpándose, que uno es para su hermana, que por eso coge dos.
 
Le pregunto que si le gusta el fútbol y su pecho se hincha, sus ojos relucen y me hace un gesto afirmativo.
 
- ¿Del Madrid o del Barca?
 
Esta vez la intérprete no tiene que  hablar. El me dice, ¡Barca Barca!
 
Me despido y me da un beso. Youssef se va, pero algo de él se queda conmigo. Me siento en mi despacho y vuelvo a pensar en mi fin de semana. Vuelvo a tener sentimientos encontrados, pero esta vez agradeciendo mi suerte y maldiciendo la de Youssef. Vuelvo a recordar su sonrisa y entonces algo de esperanza me embarga...
 
Saco muchas conclusiones de este Rabateo, pero como en la vida, que cada uno saque las suyas....

viernes, 18 de mayo de 2018

Empezando el Ramadán

Ayer viví mi primer día de Ramadán. En realidad lo viví a medias, ya que yo no ayuno como ellos, ni rezo ni hago abstención sexual durante el día (la mía es de 24 horas... qué le vamos a hacer) pero lo cierto es que durante un mes, todo cambia en la ciudad, y eso al final también te afecta.

Mi primera sorpresa fue enterarme de que en realidad no hay una fecha exacta que establezca el comienzo del Ramadán. Sí, efectivamente el Ramadán tiene lugar en el noveno ciclo lunar del año, el cual no coincide exactamente con el calendario occidental, de ahí que cada año vaya variando unos días. Y da comienzo con la aparición de la luna nueva. Según esta información, no hay problema, está claro qué día empieza exactamente, puesto que ya se puede saber con bastante antelación qué día habrá luna nueva. ¡Si hasta hemos llegado a pisar la luna!

Sin embargo, estos días previos, cuando preguntaba a la gente, me decían que seguramente empezase el jueves, pero que podía ser el viernes, e incluso algunos hacían apuestas. Al final logré enterarme de que aunque los cálculos astronómicos predicen perfectamente las fases lunares, el Corán afirma que "aquel que vea la luna que la proclame" lo que se traduce en que necesitan la certeza de un musulmán, por tanto, hasta que un musulmán no ve la luna no da comienzo el Ramadán.

Así, el miércoles por la noche, tal y como estaba previsto, en el momento de irse el sol, comenzaron a sonar varios petardos que avisaban de que, efectivamente, la luna era la que tenía que ser y que había salido con el permiso de Alá.

En realidad la primera consecuencia del Ramadán ya la sufrí el domingo, con el cambio horario. Y es que, ya que durante el Ramadán no pueden comer ni beber hasta que se pone el sol, adelantan los relojes una hora,  de forma que puedan acabar con la agonía antes. Pero como todo, este anticipo horario también tiene una pega, y es que a las 6 de la mañana, tengo un sol espléndido entrando por mi ventana, cuyas preciosas persianas son más estéticas que prácticas...

El jueves, la ciudad ya llevaba otro ritmo, a primera hora de la mañana no había nadie por las calles, los niños entran más tarde al colegio y los comercios no abren hasta el mediodía, es como si la vida urbana se trasladase a la noche. A modo de ejemplo, mi gimnasio durante este mes sólo abre 4 horas al mediodía y vuelve a abrir a las 9 de la noche, posibilitando el ejercicio hasta bien entrada la madrugada...

A eso de las 4 de la tarde vuelve el bullicio, todo el mundo se dispone a preparar el Iftar, la ruptura del ayuno, que sirve de excusa para reunirse en familia o con amigos y por tanto, hay que organizar una buena cena para los hambrientos comensales.

A esa hora los comercios están llenos y los ánimos caldeados, son muchas horas sin comer, beber ni fumar y eso afecta al humor... especialmente cuando vas en coche, donde cualquier amago improvisado  es motivo de altercado. Durante mi trayecto de vuelta a casa, pude ver ya una moto que se cruzó ante un coche y ambos acabaron parando los vehículos y discutiendo en mitad de la carretera... mejor resoplar y tomármelo con calma, porque esto no acaba más que empezar.

Por suerte recibí la llamada de un colega español que iba a celebrar un Iftur a la española, es decir, aprovechar el evento para juntarnos unos cuantos expatriados y ¡hacer un concurso de tortilla de patatas!

Surge así el rabateo de hoy, y es que, aunque lejos de España, es maravillosa la facilidad que tenemos los españoles para adaptarnos, cogiendo lo mejor de cada casa y aliñarlo con lo mejor de la nuestra. 


sábado, 21 de abril de 2018

Endulzando los sueños de sal

Ayer asistí a una obra de teatro. Se incluía dentro de un certamen de teatro organizado por la Consejería de Educación de la Embajada española y en el que participan todos los colegios españoles diseminados por Marruecos, ¡nada menos que once!

Por desgracia, solamente pude asistir ayer a una obra, "Sueños de sal", del Grupo de Teatro del Instituto Español "Juan de la Cierva" de Tetuán. 

El auditorio estaba repleto de adolescentes venidos de todos los colegios participantes, la verdad es que adultos éramos pocos, y eso se agradece, porque rápidamente te contagias de la alegría y la intensidad con que se saborea la vida a esa edad y de pronto te descubres dando palmas y riendo a carcajadas sin miedo al ridículo o al qué dirán.

La verdad es que sólo empezar ya me sorprendió el decorado, un mar hecho con bolsas de basura azules que gracias a las luces entremezcladas y a un nítido sonido conseguía causar el efecto deseado.

A partir de ahí una gran puesta en escena y un argumento que podría calificarse de melodramático sino fuese porque no tiene nada de exagerado, ya que, por desgracia, es la vida misma. Un enfoque con distintas historias de chicos y chicas que anhelan una vida mejor y deciden viajar a España en patera. 



Gran trabajo de los chavales, crecidos en el escenario y actuando como auténticos profesionales. Sin embargo lo que más me llamó la atención fue la reacción de los espectadores. Chicos marroquíes, venidos de todas partes de Marruecos, Nador, Rabat, Tánger, el mismo Tetuán y sin embargo reaccionaban insensibles a una realidad que bien podría afectar a sus amigos, familiares... o a ellos mismos.

La obra tenía un punto de humor, bien cogido para contrastar así la parte más trágica de las historias, sin embargo, aquellos niños reían sin parar, hacían bromas, aplaudían con las canciones, las niñas silbaban al guaperas que quería ser futbolista y todos se sonrojaban con el beso entre dos enamorados... sin embargo no noté sobrecogimiento a la hora de ver el sufrimiento de aquellos que van buscando una vida mejor y no la encuentran...

Si la obra hubiese sido en España, habría pensado que aquellos niños son ajenos a aquello que pasa más allá de sus fronteras, que viven en su burbuja, en ese barrio en el que han tenido la fortuna de nacer y que les garantiza, al menos, un futuro. Sin embargo, esto es Marruecos, estos chicos son marroquíes y todos los que a diario tratan de cruzar el estrecho arriesgando su vida son sus hermanos, primos o vecinos. Sin embargo, allí estaban ellos, a lo suyo, como cualquier adolescente disfrutando del momento. 

Volví a casa andando, ya tarde, pensando en todo eso. Y al final, me dí cuenta de que precisamente ese contraste fue lo mejor de la obra, esa reacción del auditorio formó parte de la propia trama, porque demuestra más que nunca que todos somos iguales y que la inocencia adolescente y el Carpe Diem imberbe no entiende de idiomas o razas y que es capaz de derrotar y convertir en ficción cualquier situación. 

Esa fue la mejor forma de acabar la historia, saber que ese candor juvenil siempre dará esperanza y vencerá a la realidad por muy triste que sea. Y es que estos chicos, con sus risas contagiosas y sus arrítmicos aplausos consiguieron endulzar los sueños de sal.


domingo, 1 de abril de 2018

Hala Madrid

Camino de mi primer año en tierras rabatíes no puedo sino hacer un balance positivo tanto a nivel personal como profesional. Sin embargo, a veces mi trabajo es duro, muy duro... sin ir más lejos el otro día tuve que pasar una prueba de fuego, fui invitado a un acto de la Peña madridista de Tetuán, la peña REMATE.

El que me conoce sabe de mi afición al fútbol y mi poca afinidad al color merengue, así que no fue un trago fácil acudir al homenaje que esta Peña preparó al periodista Tomás Roncero.

La tarde comenzó bien, Plácido Domingo sonaba de fondo al entrar, y más de 150 peñistas nos saludaban ataviados con bufandas y camisetas blancas, propias de un acto de esa envergadura. Sentado junto al inefable Tomás, no tuvimos más remedio que intercambiar impresiones. -"Lo siento, Tomás, pero yo soy más de Messi". Nada mejor que una presentación así para romper el  hielo, y entre risas tuvimos tiempo para hablar de fútbol, política y los típicos temas que en esas situaciones suelen surgir.

No es mala gente el Señor Roncero y tengo que reconocer que me reí bastante con su discurso, toda una arenga pasional, tan subjetiva y divertida que hizo las delicias de todos los allí presentes... ¡Hala Madrid!
 
Tras más de dos horas sentados en el restaurante escuchando los discursos del presidente de la peña, el vicepresidente, el espontáneo, el hijo del espontáneo... aquello empezaba a parecer eterno, iba haciendo hambre y allí lo único que había en la mesa además de una brillante vajilla con sus correspondientes cubiertos, era un plato de cacahuetes que los camareros no dejaban de rellenar cada vez que dábamos buena cuenta de él.
 
Por fin, a eso de casi las 10 de la noche, los camareros se empezaron a movilizar y parecía que la comida ya iba a llegar... Tomás y yo nos miramos con caras cómplices, no hacía falta decir nada más, nuestros estómagos vacíos ya eran amigos, así que allí estábamos esperando con ansiedad aquella comida que se hacía de rogar... de pronto, llegó la primera bandeja, dulces marroquíes acompañados de un té caliente.
 
Tomás me mira, sin atreverse a hacer la pregunta que yo también me estaba cuestionando... si aquello eran pastitas con té... ¿significaba que eso era todo? Después de tres horas de discursos, cánticos y pláticas, ¿nos despachaban con unas pastitas?

Por si acaso, decidimos acabar con la bandeja de aquellas deliciosas galletas de sémola, almendras tostadas con sésamo, hojaldre, bebernos el té y dejarnos llevar.
 
Entre charla y charla, no nos dimos cuenta de que retiraban las bandejas y nos servían una pastela. "¡Pastela! Tomás, tienes que probar esto, te va a gustar". La pastela es una especie de hojaldre relleno de carne (también puede ser de pescado) y rociado de almendra, azúcar glass y canela. Muy rica y sabrosa, y capaz de empapuzar al mismísimo Carpanta.
 
Pues sí, a Tomás le gustó la pastela, como no podía ser de otra manera. Pero todavía con la boca llena, nos sirven el Tajín, un plato muy elaborado, también típico marroquí, en este caso un Tajín de cordero con membrillo caramelizado que terminó de saciar nuestro apetito... y mientras comentábamos cómo la espera al final había merecido la pena, apareció un camarero con el plato estrella, el cuscús.
 
- "¡Yo no puedo más!", se quejaba Roncero entre gemidos. Yo no podía parar de reír, el periodista estaba pagando la novatada. Es un rabateo por el que yo ya había pasado, y es que la comida siempre abunda en Marruecos, forma parte de su cultura, platos abundantes y en gran número, por eso siempre debes dejar hueco, previendo que después de uno llegará otro... y otro...
 
Entre sudores y risas, la gente empezó a perder la timidez y poco a poco se fueron acercando a la mesa para pedir su ansiada foto con Tomás, que más que un periodista parecía una estrella, eso sí, sin perder por un momento la sonrisa ni la simpatía., Tomás estuvo a la altura, foto tras foto, abrazo tras abrazo, saludo tras saludo,  hasta que yo, junto con otro amigo decidimos abandonarle a su suerte..."Tomás, amigo, nosotros nos vamos yendo... un abrazo...". Mientras él nos guiñaba un ojo y subía su pulgar a modo de despedida.
 
Y así terminó aquella velada, entre gritos de Hala Madrid, bufandas merengonas, colmado de buena comida marroquí y siendo amigo de Tomás Roncero... peazo rabateo que me llevo para casa...
 
 
 
 

miércoles, 14 de marzo de 2018

Un Rally sin prisas

Hace un mes me ofrecieron apuntarme a un Rally. 

¿Un Rally? pensé. Pero si yo una vez hice un trompo involuntario y casi me desmayo. 

Una vez que me explicaron que en realidad no gana quien más corre sino quien es capaz de mantener la velocidad media que te indican de la forma más exacta posible, decidí apuntarme. Sin duda era una experiencia nueva que me serviría para conocer el país de una forma distinta y además aprovecharía para conocer gente de mi gremio de distintos países, ¿qué más podía pedir?

Llegó el día D, el pasado viernes, y allí que nos fuimos mi copiloto y yo, una compañera de trabajo que, tan aventurera como yo, decidió apuntarse a esta nueva hazaña.

Sin duda fueron tres días inolvidables, ya que aparte de la adrenalina del rally, que aunque light, toda competición siempre tiene, el hecho de ir por carreteras secundarias me sirvió para conocer ese Marruecos rural que nadie conoce y que es difícil de encontrar por uno mismo.

El Rally tuvo lugar por la zona de Beni Mellal, una comarca del bajo Atlas, donde todo son montañas y los paisajes poco tienen que ver con los desiertos que siempre tenemos en la cabeza cuando pensamos en Marruecos. 



En un tramo de descanso, que aprovechamos para ir disfrutando de los verdes y frondosos horizontes que teníamos delante, veíamos niños pequeños volviendo de la escuela, pequeños de seis u ocho años, andando sólos o en grupo, con sus mochilas a la espalda, felices, jugando entre ellos, riendo y saludando a nuestro paso con una gran sonrisa que nos regalaban sin ellos saberlo.

En una de estas, ambos nos quedamos prendados de una niña de no más de 6 años, con unos ojos tan brillantes que nos deslumbró, así que, de mutuo acuerdo, decidimos parar y ofrecerle los caramelos que llevábamos, eran pictolines, quizás algo fuerte para aquella chiquilla, pero lo único de lo que disponíamos a mano. La niña corrió a nuestro paso pero se quedó a unos metros de distancia, mi compi le decía que se acercase para que cogiese los caramelos, pero ella, siempre risueña gritaba que no, que nos bajásemos nosotros, manteniendo la distancia. Finalmente y tras mucho insistir, entendimos que la niña estaba bien aleccionada para no acercarse a coches extraños, cosa que nos pareció estupenda, así que optamos por dejarle los caramelos en el suelo y nos fuimos, dejando aquella sonrisa en nuestro retrovisor mientras retomábamos la marcha.

Es lo que tiene un Rally sin prisas. Unas cataratas, las de Ouzoud, con sabor islandés más que magrebí, vestigios de huellas de dinosaurios que harían las delicias del mismísimo Spielberg y un puente natural que ya quisiera Santiago Calatrava. Niños jugando entre la hierba, pastores sin Ipad,  agricultores sin tractores y burros en lugar de motos, abuelas sentadas al arcén de la carretera... 





Y por supuesto, nuevos amigos de Perú, Estados Unidos, Polonia... canciones de ABBA (y el inevitable "Despacito") que bailamos una y otra vez sin importar el poco repertorio del DJ... Eso y más es lo que me llevé este fin de semana, además de un gran cuarto puesto que, aunque inesperado, ¡nos supo a gloria!

domingo, 4 de febrero de 2018

Curando la humildad

Siempre que me preguntan digo que la vida en Rabat es un poco como una burbuja. Es la capital, una ciudad administrativa, con un buen nivel de vida, donde residen muchos extranjeros y además es muy tranquila. 

Sin embargo, esta semana tuve la ocasión de conocer el sur del país y allí, ser testigo directo de la vida en una zona rural y deprimida del país. Allí pude hablar con muchas mujeres, cada una con una historia y ninguna de ellas cómoda de escuchar por su infortunio y su desdicha.

Allí estaban ellas, con las manos hinchadas y tatuadas de tierra, las caras ingratamente envejecidas como recompensa a tantas horas de tajo y esfuerzo. Pequeñajos a sus espaldas sin decir palabra, acostumbrados a pasar horas y horas resguardecidos bajo el calor de la espalda materna.

Muchas me enseñan sus carnets de identidad, y advierto que las antiguas fotos no corresponden a sus rostros actuales. La mayoría de ellas son preciosas, una belleza marroquí que sólo se puede apreciar al tenerlas enfrente y sin embargo, a pesar de haberse difuminado toda su lindeza, esos ojos, esos ojos siguen desprendiendo incandescencia.

Las miro y observo ese espíritu endurecido por la vida que el azar les ha regalado como broma de mal gusto y sin embargo, su mirada transmite dulzura. Me sonríen, ni una mala mueca, todo lo contrario, sus voces inundan dulzura. Una chica que roza los 30 años me cuenta que está divorciada, que tiene 6 hijos, la pequeña tiene 2 y el mayor 18. - "¡Dieciocho?!", le respondo automáticamente. "Sí, es que lo tuve siendo muy pequeñita", me dice en su idioma natal, el dariya, acompañando una sonrisa de orgullo. 

Otra chica, con un ojo morado, no dice nada, no hace falta. Y de pronto, se me acerca otra chiquilla y me dice si puede coger una de las galletas que tengo encima de la mesa. Le ofrezco el plato y ella tímidamente acierta a coger una sola, como un gran tesoro, sonriéndome como si le hubiese concedido un gran regalo. 

La mujer que lleva un muñequito entre sus brazos, bien tapado para que no coja frío, me dice que esa cosita todavía no tiene un mes, y que en unas semanas dejará de darle el pecho para poder irse lejos a trabajar, y así conseguir algo de dinero. Su calma y melosidad no evita que se me parta el alma.

Miro un grupito de ellas a unos metros, se ríen y se hacen bromas, como ajenas a toda la miseria que las anegan. Mientras me alejo, dos mujeres se me acercan para despedirse, parecen madre e hija. Me habla la niña en un francés desvencijado, y me pide algo que no le puedo conseguir. Se lo digo con mucha pena... ella me sonríe y me da las gracias. La madre me coge las manos con las suyas, "shucram" (gracias), me dice... y me voy de allí roto por un agradecimiento que no merezco.

Este rabateo no es un rabateo más, es el rabateo. Una lección de vida que te cura la humildad y te tira abajo muchos valores que ahora descubro que no son tales.