lunes, 22 de enero de 2018

Una crevaison en mitad de la autopista

Hacer 1.300 km. cada dos semanas con dos Ferrys de ida y vuelta para poder volver a casa y estar con los tuyos, te hace ser consciente de que tarde o temprano, por mucho cuidado que tengas, tendrás un percance... y sin embargo, el percance siempre te pilla desprevenido.

Así fue hace unas semanas, cuando a escasos 30 km. de Tánger, donde debía coger un Ferry que me llevase a España, noté como perdía el control de mi coche, yéndose de lado a lado, mientras el de atrás me daba ráfagas avisándome de algo de lo que lógicamente yo era consciente.

Finalmente pude enderezar mi vehículo y dirigirlo al arcén, donde paré y traté de tomar aire para tranquilizarme. Pasados unos minutos, me bajé y vi lo que ya esperaba, el neumático trasero hecho un asco. Volví a montarme en el coche y llamé al seguro, un seguro a todo riesgo caro y pagado al contado.

Una chica muy simpática me pregunta el motivo de mi llamada, "une crevaison", le digo, vamos, un pinchazo de toda la vida aunque en francés suene más glamouroso.

La mujer me pregunta por mi localización y, cuál es mi sorpresa, que al responderle que estoy en la autopista, a tan sólo 30 km. de Tánger, me dice que eso no es competencia del seguro y que llame al 5050, el número de incidencias de la Autopista.

"Estos marroquíes qué raros son", pienso para mis adentros. Llamo al 5050 y un hombre al otro lado, me dice que ellos sólo se hacen cargo de los accidentes, los "crevaison" son del seguro.
Se empieza a hacer de noche, ya es seguro que pierdo el Ferry de las 18:00 y la temperatura empieza a bajar.

Vuelvo a llamar al seguro y esta vez me atiende un chico, quien amablemente me insiste en que la competencia es del 5050 y que ellos no pueden mandar una grúa a la autopista, "es de sentido común", puedo entender por su tono.

Mosqueado, opto por un plan B. Llamo a mi colega de trabajo, a mi ángel de la guarda, el que me salva de todos los apuros gracias a su conocimiento de este país y sus años de experiencia. Me dice que no me preocupe y a los 5 minutos me vuelve a llamar. A estas alturas, mi única preocupación es que el coche, al borde del escaso arcén,  y yo mismo, no seamos atropellados por algún rapidillo loco de esos que pasan creyendo que están de competición en Lemans.

"Tranquilo", me dice. "La grúa está en camino, al final van los del 5050, pero tendrás que pagarle el servicio en el acto". Bueno, ese era el menor de los problemas, parece que me salvaré por los pelos, que es lo importante.

Sin embargo, mientras espero a la grúa, me caliento y vuelvo a llamar al seguro, esta vez me dejo de segundas lenguas y en cuanto alguien se pone al otro lado, le espeto en un claro y audible castellano: "español, quiero alguien que hable español". Sin mostrar un ápice de sorpresa, me dice que me espere y en menos de diez segundo oigo un cálido, "hola, en qué puedo ayudarle".

Ni corto ni perezoso, casi trabándome la lengua, le cuento toda la historia y le digo que me parece vergonzoso que un seguro a todo riesgo no cubra una simple grúa para recoger un coche de una carretera principal del país.

El hombre sin perder la calma, me dice que no me preocupe, que me pase al de la grúa, que a todo esto, había llegado ya y esperaba mis indicaciones. Le paso el teléfono y en un árabe inentendible comienzan una breve conversación que termina con una sonrisa y una devolución del móvil ya colgado... "eh?" Le miro y le digo "¡pero si ha colgado!", el hombre se encoge de hombros y me sonríe, mientras descubro que no habla francés (obviamente español tampoco).

Y allí por señas me indica que va a remolcar el coche. "Ni de coña", le respondo, sabedor de que no me entiende. "Tú y yo cambiamos la rueda sí o sí".

"No, no", me insiste. Abro el maletero y le señalo el gato, "vamos campeón, que se nos hace tarde". Nótese que hablaba con ese desparpajo habida cuenta de la situación y consciente de que no me entendía ni una coma y que, por tanto, no le faltaba al respeto.

Finalmente, el chaval (no tendría más de 20 años) se resigna y me aparta cariñosamente, saca un cono de la grúa y empieza a cambiar la rueda. Tengo que decir que mi coche tiene la rueda de repuesto escondida bajo el coche y que no es fácil sacarla, sin embargo, este chico lo hizo con una sencillez y profesionalidad como pocas veces he visto... y a todo esto, invadiendo el carril de la autopista, con los coches pasando a toda pastilla y con la oscuridad ya propia de las siete de la invernal noche.
En 5 minutos había terminado, y cuando yo ya me disponía a comenzar el tradicional trámite del regateo para el pago, el chico simplemente me hace señas, pidiéndome permiso para hacerle una foto a la matrícula. "C'est tout", me dice en un francés facilón. Y así y con una sonrisa se despide de mi...
Tardé unos segundos, pero de pronto reaccioné y corrí a la grúa para darle, al menos, una merecida propina, que el chico recibió con sorpresa y gratitud.

Entre pinchazos y llamadas llegué más tarde de las ocho a Tánger, tenía dos horas por delante antes de coger el siguiente ferry. Entonces recordé que había un hostelero español que ya me había insistido varias veces en que fuese a verle... momento perfecto pues.

Y así fue que la noche acabó con una rueda nueva, una cena en buena compañía y con un nuevo rabateo para mi blog: todo, absolutamente todo hay que pelearlo en este maravilloso país, pero es curioso, que al final, el sabor de boca siempre es dulce... ese debe ser su secreto...