domingo, 3 de diciembre de 2017

Este Rabateo se lo debo a Zapatero

El día que uno deja España para irse a vivir a Marruecos, se toma una cerveza con sabor a despedida y mira por la calle a las mujeres que pasean, pensando que todo aquello no volverá a verlo en una temporada.
 
Realmente, Marruecos es el país de contrastes. Es cierto que el alcohol no es habitual, pero también lo es que no está prohibido y que no es difícil encontrar restaurantes donde te sirvan cerveza o vino, es más, tienen sus propias cervezas, elaboradas aquí, como Casablanca, a la cual yo ya soy un fiel aficionado.
 
Aunque es cierto que las mujeres ataviadas con vestidos largos y con el pelo cubierto por un pañuelo forman parte del paisaje urbanita de Rabat, también lo es que esas mujeres se intercalan y mezclan con otras mucho más "occidentalizadas", con frondosa melena al viento y faldas o vaqueros muy ceñidos.
 
Y sí, también hay pubs y discotecas. La juventud también tiene ganas de marcha, faltaría más, y al igual que en España, fuman, beben, ríen y bailan. Música altísima, luces de colores... todo te traslada a cualquier garito de la península si no fuese por un detalle. Aquí todo el mundo se sienta. Las mesas y sillas se mantienen, la gente se acomoda, y cuando le apetece, se levanta y se pone a bailar, allí de pie, junto a su mesa. Cuando se cansan, se sientan, dan un trago a la copa y siguen riendo y charlando. Como siempre digo, son muy prácticos, hay que reconocerlo.
 
Otro detalle curioso es que los rabatíes son bastante más bailones que los españoles, me refiero a los hombres... suena una canción que les gusta y de pronto, alzan la mirada, sonríen, y como un resorte se levantan, empiezan a dar palmas alegremente y dejan sus pies libres al son de la música, dándolo todo como si no hubiera un mañana.
 
Hace unos días, Marruecos se clasificó para jugar el Mundial de fútbol del próximo verano. Se jugaban la clasificación contra Costa de Marfil, y ganaron. Como es lógico y ocurre en la mayoría de los países del mundo, aquel día todo el país estaba pendiente del evento, camisetas marroquíes desde bien entrada la mañana, banderas por todos lados... y por fin, la noche del partido.
 
Yo vi el partido entre marroquíes, y como si fuese el España-Malta, fueron viniéndose arriba conforme metieron el primero y después el segundo gol. La clasificación era un hecho. Pero lo que más me llamó la atención fue que  nada más terminar el partido, no empezaron a cantar el "campeones campeones", ni se abrazaron mientras daban botes de alegría... en lugar de eso, empezaron a bailar, dando palmas, alrededor del salón.
 
El sábado pasado, cuando llegué a casa de madrugada, tras una copiosa cena seguida de unas copas en uno de esos pubs rabatíes donde la noche nunca termina, me sentí como aquel chaval de 20 años que volvía a casa agotado de bailar y algo bebido... y también por el olor que desprendía mi ropa, mi piel y mi pelo, porque aquí, está permitido fumar en los sitios públicos, y sinceramente, eso no lo echo de menos.
 
En esta ciudad, cada vez que un restaurante, a mitad de la comida, alguien enciende un cigarro y me empapa el humo, me acuerdo de ZP... y es que aquí, ahora y tan lejos, tengo que reconocer por fin, que algo bueno hizo Zapatero. ¡Menudo Rabateo!
 
 

sábado, 4 de noviembre de 2017

Me estáis estresando

El tráfico, al igual que ocurre con el clima cuando te encuentras en el ascensor con un vecino, es un tema muy recurrente en las tertulias rabatíes entre compatriotas. Todo el mundo tiene alguna anécdota que contar, y por supuesto, en estos 4 meses que llevo aquí, yo ya tengo unas cuantas... así que creo que me dará mucho juego en más de un post.

Lo primero que hay que aclarar es que aquí todo es muy tranquilo, ellos se lo toman todo con mucha calma. Muchas veces me recuerda al anuncio aquel de Malibú en el que tras una discusión absurda entre Caribeños el conductor del autobús decía aquello de "¡me estás estresando!".


El otro día, en una "epicery", una tienda de comestibles de toda la vida, el hombre andaba tranquilo en sus cosas, comiendo uvas, no había nadie, así que tras el protocolario saludo, le pedí medio kilo de manzanas, unos plátanos... mientras le decía lo que quería, el hombre ni se inmutó, ni siquiera una mirada de reojo, allí siguió con la cabeza gacha a lo suyo, a sus uvas, como si yo no estuviese allí...

Desconcertado, me quedé allí mirando, sin saber qué hacer, preguntándome si aquel hombre, en chandal y con gorra, era el dependiente, o bien un amigo del dependiente o incluso alguien de la calle que se había colado en el mostrador y estaba hinchándose a comer lo que pillaba. Tras más de un minuto eterno en silencio, el hombre, terminó su rácimo, se limpió la boca con la manga del chándal, (justo como nuestras madres nos enseñaron a no hacer nunca) y sin mediar palabra, me puso el medio kilo de manzanas, unos cuantos plátanos y seguidamente me preguntó, "¿algo más?".

- "No hombre, vaya a ser que te estreses", pensé para mis adentros.  

Sin embargo, parece que todas esas prisas las dejan guardadas para el momento en que cogen el coche. Es entonces cuando uno no puede relajarse ni un segundo. Las líneas que separan los carriles, no son ni tan siquiera una referencia, son tan sólo un adorno. Recuerdo un día parado en un semáforo, en mi carril, disfrutando de la música de mis Bizarros (qué grandes son) cuando de pronto llega un coche a todo gas y se mete entre el coche del carril de al lado y el mío. "No cabe, no cabe, no cabeeeeee!", pensé, pero cupo. Rozando mi flamante carro, pero vaya si cupo. Yo no podía dejar de mirar espantado al conductor, y el hombre torció su cabeza hacia mí, observándome con un gesto de "¿qué te pasa, por qué me miras tanto? Si cabía perfectamente...".

Fue en esos primeros días cuando en otro semáforo, todos los coches que tengo detrás empezaron de repente a tocar el claxon. "Son las 8 de la mañana y yo también me levanto de mal humor para ir a currar, pero tranquilos", susurré para mí, mientras me cercioraba de que el semáforo seguía en rojo. Finalmente el semáforo se puso en verde y continué mi camino sin saber a qué se debía aquella pitorrada general.

Esa misma situación la viví varias veces, siempre extrañado y sin obtener respuesta, hasta que en una de esas ocasiones, me dio por fijarme en el Policía que dirigía el tráfico. Éste, al oír el sonido de las bocinas, hizo un gesto resignado mientras se dirigía a la acera de uno de los lados de la vía, tocó el lateral de un gran poste con su mano derecha... y !voilá!, el semáforo se puso verde.

Efectivamente, resulta que aquí, los semáforos se controlan manualmente, y los policías cambian del rojo al verde y viceversa en función del tráfico. Entonces lo entendí todo, los coches no me pitaban a mi, ¡pitaban al policía para que pusiese el semáforo en verde!

Ahora, después de 4 meses conduciendo a diario, cada vez que empiezan a pitar en un semáforo, miro al policía y le pongo voz, imaginándomelo en la Isla de Malibú y diciendo aquello de.. "me estáis estresandoooo"



jueves, 26 de octubre de 2017

72 días y 500 viajes

Dos meses y medio, 72 días, eso es lo que he tardado en matricular el coche.

Todo empezó un 15 de agosto, el primer día aquí después de mis vacaciones, y para no perder más tiempo, una vez avisado de los plazos con los que hay que lidiar, comencé manos a la obra.

"Primero hay que enviar una solicitud de matriculación, con el permiso de circulación español en vigor y la ficha técnica", me dice el encargado de estos menesteres en mi oficina. "Fácil, aquí lo tengo", le digo triunfante... - "Sí, fácil..."- , murmura sonriendo mirándome de soslayo...

- "Bueno, ya está, ¿no? ya me avisas tú si eso...", vuelvo a la carga confiado. - "Sí, ya si eso..."- me responde. Me voy con la mosca detrás de la oreja pensando que aún no he logrado coger el tono de humor de estos paisanos y no le echo más cuenta.

Pasan tres semanas, metidos ya en septiembre y no tengo noticias de mi matrícula. Es normal, me dicen algunos, "a mi en Méjico me tardó 6 meses, así que no seas impaciente", me cuenta el enteraíllo de turno. Por suerte, un compañero simpático y empático me dice que va a subir a preguntar por mí, que no me preocupe. Gracias Mohamed, le digo.

Al rato vuelve, sonriendo burlón y negando con la cabeza... "¡la autorización del Ministerio ya ha llegado! "¡Ahí podía estar encima de su mesa!"

- "Bueno, bien está lo que bien acaba, el caso es que ya tengo matrícula marroquí, ¿no?" le pregunto emocionado.

- "No, esta es sólo la autorización del Ministerio de Exteriores, ahora hay que solicitar otra autorización al Ministerio de Transportes".

Dos semanas después, mi compañero, ante mi desesperación, decide ir a preguntar al Ministerio. Vuelve con otro papel y me dice, "¡vamos, ahora mismo a pasar la ITV!"

"Pero habrá que pedir cita previa", le respondo adivinando la respuesta.

"¿Cita... qué?" me contesta sarcástico.  Nos miramos y no digo nada más, ¿para qué?

Aquí, la ITV se pasa en talleres de mecánica habituales, pero que poseen una licencia que les autoriza a realizarla, no como en España, que son talleres expresamente dedicados a eso. Así que allá que vamos a las 11 de la mañana de un martes cualquiera en busca y captura de un taller autorizado que no tenga demasiada cola... olvidé decir que era un martes cualquiera a media mañana en pleno Rabat, por eso del tráfico y los atascos... como Madrid pero algo más anárquico.

Paramos en varios talleres, todos con una cola interminable de coches, pero sin prisa, eso sí, ellos se sientan o hablan en grupetes, pero no percibes agobios ni gritos de desesperación. Finalmente, una hora y 20 kilómetros después encontramos un taller a las afueras cuyo dueño dice que si esperamos "sólo" media hora nos hace el favor y nos la pasa, mientras le guiña el ojo a Mohamed, porque, según me comenta luego, es un conocido suyo.

Cuando por fin me llega el turno, el mecánico me pide la llave y se monta, ya que aquí la ITV la pasa el propio mecánico... con los pelos como escarpias y el corazón a mil, le aviso de que el coche es automático y me dice que no hay problema, una de las frases preferidas de este pueblo "Pas de problem"... arranca y ¡zas!, acelerón descontrolado, gracias a Dios no había nada delante. Mi grito se debió escuchar en Tarifa por lo menos... "Es que este coche no hace ruido", me dice el cachondo disculpándose.

ITV pasada, y ya camino del trabajo... "entonces, Moha, ¿ya está, ya tengo coche de aquí?"

- "No, queda la Dirección de Tráfico". Ya mismo, si Dios quiere"... "Inshalá", como dicen aquí para todo.

Paciencia, me digo a mi mismo.

Pasan más días, hasta que por fin, ayer, vuelvo a preguntar, ansioso, a mi compañero... "¿te acuerdas de mi matrícula, crees que se habrá perdido por el camino?". Mi amigo se ríe, no sé si por mi ocurrencia o por mi ignorancia, el caso es que vuelve al rato y me dice "el papel estaba arriba, en la mesa de nuestro amigo!".

- "¡Por fin! ¿y ahora?"

- "Ahora a por la matrícula, vamos, ya!", me dice apurado. Tantos días esperando y luego de repente hay que salir corriendo, estas contradicciones rabatíes...

Yo conduzco y mi compañero dirige, de pronto, en una calle bastante concurrida, me dice que pare ahí mismo, en doble fila. Le hago caso, buscando con la mirada el taller donde me van a poner las matrículas, pero él me dice, que espere montado, que él se encarga, porque, por supuesto, conoce a alguien.

No es fácil estar aparcado en doble fila en una avenida rabatí viendo pasar los coches a escasos centímetros del tuyo y sin frenar lo más mínimo, así que la espera se hace eterna. Finalmente, la tensión acaba a los 10 minutos y  aparece Mohamed acompañado de un hombre cargado con dos matrículas amarillas y un taladro... ¿dije antes que la tensión había desaparecido?

Mi compañero me dice que no me baje... y allí, en plena hora punta del mediodía, en una avenida petada de tráfico y aparcado en doble fila, siento cómo aquel hombre martillea a mi pobrecito coche como si lo desnudase para luego vestirlo otra vez con esas nuevas placas tan chillonas...

"Bueno, Moha, ahora sí... por fin!" le digo al iniciar el camino de vuelta....

- "Falta el seguro, pero eso es un momento", me tranquiliza, al ver mi cara de espanto.

Pero, no, tampoco el del seguro iba a ser el último viaje, resulta que aquí eso de las transferencias bancarias o el pago por las tarjeta de crédito no está de moda y al asegurar el coche, en la oficina del seguro piensan que uno lleva en la cartera, así, por accidente, el pastizal del seguro anual, que por cierto, es bastante más caro que en España... así que vuelta a un cajero a por dinero en cash y otra vez a la aseguradora...

Hoy ya tengo por fin mi coche marroquí y así, 72 días y 500 viajes después, que diría mi paisano Sabina, he aprendido el rabateo de su burocracia: no hay prisa por nada, excepto conduciendo, y los plazos son tan inciertos como indefinidos, salvo que tengas un amigo del que dependa el papel que necesitas, claro...

jueves, 12 de octubre de 2017

El mechero y la bombona

En este país uno va de sorpresa en sorpresa, de sobresalto en sobresalto y no, creo que uno nunca terminará de acostumbrarse.
 
Su pragmatismo es tal que, aunque eficaz a corto plazo, sus soluciones son pan de hoy y hambre de mañana, y eso es algo, en mi modesta opinión, que deberían cambiar para continuar en ese camino de desarrollo y evolución que empezaron hace unos años.
 
Yo vivo en una casa de estilo colonial, de la época del protectorado francés. Techos altos, habitaciones inmensas, suelo de azulejo decorado, jardín en la entrada... preciosa, la verdad, aunque con las pegas propias de una casa centenaria... de hecho me costó bastante convencer al dueño para que me dejase meter la fibra óptica en casa, ya que no tenía la instalación hecha ni adaptada a los nuevos tiempos y esto suponía hacer agujeros y meter cables... ni que decir tiene, por cierto, que me costó un pastón. Todo sea por estar comunicado en el siglo XXI.
 
Como casa antigua que es, el agua caliente funciona con calentador y el gas con bombona de butano... unas bombonas oxidadas y llenas de polvo que inspiran muy poca confianza.
 
No sé si fue el aspecto o si realmente era así, pero un día me agaché a coger un bote de limpieza y percibí un olor muy fuerte a gas cerca de la bombona... estuve mirando por encima y definitivamente aquello olía mucho a gas, demasiado.
 
Como no sabía a quién acudir, ya que aquí las bombonas se compran en cualquier tiendecita del barrio, hablé con el portero de la casa, quien me dijo que él mismo subiría a mirarlo sobre la marcha.
 
Y allí que fuimos los dos, él tomando la iniciativa, se agachó, miró un poco la goma, tanteó... olió... me miró... "C'est bien", me dijo.
 
- "Pero huela, huela..". le insisto, "huele mucho a gas, eso no es normal".
 
Me vuelve a mirar resignado, observa la bombona y ante mi sorpresa, saca un mechero del bolsillo, lo acerca a la bombona y lo enciende. Mi acto reflejo fue retroceder un paso hacia atrás. Él, todavía con el mechero encendido y balanceándolo alrededor de la bombona, me mira sonriente mientras espeta un  "Pas de problem, c'est bien".
 
"¡Nos ha jodido!" se me escapó en el español más castizo. Su solución fue de lo más práctica, imagino que pensó, "este tío no me va a dejar tranquilo, así que órdago a la grande, o se calla para siempre o salimos volando", y así, todo valiente, zanjó el problema de la manera más práctica posible, pero también más insegura y arriesgada.
 
 

Lo curioso del asunto es que cuando lo comenté con algunos compatriotas con más experiencia, no se extrañaron, me dijeron que es muy habitual hacer ese tipo de comprobación, lo cual no ayudó a mi tranquilidad, aunque sí a aprender un nuevo Rabateo, "si pueden demostrar algo y así zanjar el tema, lo hacen, sin importar las consecuencias..."



 
 
 
 

sábado, 7 de octubre de 2017

Españoleando por Rabat, que tampoco es poco

Hoy recomiendo esta canción mientras lees esto...
 
 
 
Hace unos días, en un ataque de jamonitis, un amigo español me invitó a conocer un restaurante donde me prometía que me iba a sentir como en casa. "Les trois no se qué", me dijo. Mal empezamos, con nombre francés... pensé para mis adentros.
 
Y allá que nos fuimos, un sábado por la mañana, a una hora temprana, a españolear por Rabat. En primera línea de playa, con un sol radiante y unos 26 grados, nos metimos en un chiringuito, con la Flaca de Pau Donés de fondo y en el que en pocos segundos, te daba la sensación de estar en cualquier cala de Málaga disfrutando de su brisa.
 
Las pizarras negras enseñando las raciones y tapas, gambitas al pil pil, sardinas... todo como siempre, aunque tengo que reconocer que los pillé en un renuncio, la cerveza... esa manía que tienen aquí de no poner las bebidas frías... (la coca cola sin hielo, el agua del tiempo...) y así, la cerveza está algo fría, pero no helada. No obstante, como ellos son así y encuentran solución a todo, rápidamente llegamos a un arreglo con una jarras congeladas que hicieron que la temperatura del líquido elemento disminuyese y que la San Miguel supiese mucho más española.
 
Tras más de dos horas degustando (en el más amplio sentido de la palabra) todo tipo de españoladas, salió el cocinero, verdadero artífice de aquel chiringuito con sabor español, a tomarse una cerveza con nosotros, ya que conocía bastante a mi amigo.
 
 
 
Y así conocí a Mikel y su interesante historia. La de un español que hace 5 años la crisis y la vida lo atropellaron y se vio en el paro, separado, sin dinero y sin esa vida... así que por consejo de un amigo, decidió coger una tartana de coche, 1.000€ en metálico que consiguió reunir y un pasaporte con el que pasar la frontera. Sin permiso de trabajo, sin familiares y sin enchufes a los que acudir, así se presentó en Rabat dispuesto a comenzar de nuevo.
 
Allí nos cuenta entre risas, ataviado con su camisa de chef, con su nombre bordado en el pecho y la bandera de España también bordada en el cuello, cómo las primeras semanas dormía en el coche para no gastarse el dinero, porque no sabía cuánto tiempo iba a tener que estar así... y cómo se dedicaba a ir buscando trabajo como cocinero por todos los restaurantes sin saber el idioma local y chapurreando tan sólo el francés.
 
"Cuando me entrevistaban para conseguir un trabajo, decía, déjame en la cocina y ya verás, y me ponían cara rara... hasta que por fin un loco me dijo, venga, entra y me lo demuestras y desde entonces no he dejado de trabajar ni un sólo día", nos decía jocoso.
 
Hoy su restaurante es de lo mejorcito y con más reputación de Rabat, y Mikel, casado de nuevo y totalmente adaptado a esta tierra, nos comenta sus futuros planes de montar otro Restaurante en el centro... "es que quiero un Mercedes más grande del que tengo", bromea sin perder por un momento la sonrisa. "Aunque mi mujer me va a echar de casa, porque eso supondrá trabajar 16 horas al día, en lugar de 12 como ahora..."
 
Me cuenta mi amigo que la Embajada tuvo que echarle una mano, ya que vino como un turista más y no podía trabajar. Y que aunque ahora se ríe y le quite importancia, sus comienzos fueron más duros de lo que él deja entrever.
 
Y así, esta vez fue un español el que me enseñó un nuevo Rabateo, ese que todos hemos oído miles de veces, pero que sólo cuando le pones nombres y apellidos, lo aprecias realmente. Que el éxito no llega sólo ni tampoco por fortuna, que cuando uno toca fondo, tiene que saber reinventarse y no dejar de luchar, y que las quejas, los lloros o las rabietas no te van a ayudar, ya que sólo con trabajo puede uno cumplir sus metas, porque como decía Thomas Jefferson "Yo creo mucho en la suerte, y he descubierto que cuanto más trabajo, más suerte tengo".

martes, 3 de octubre de 2017

Gracias amigo

Cuando uno deja un buen trabajo, una ciudad tranquila e inicia una aventura como esta, no solamente descubre nuevos paisajes y nuevas culturas, también da tiempo a pensar en lo que deja atrás, allí, en la que será siempre tu casa.
 
Una de ellas es la lección de humildad que ofrece hablar con amigos y conocidos y que te hablen despectivamente de un lugar que, en muchos casos, ni tan siquiera conocen por fotos, utilizando clichés y sin mirarse el ombligo, que es lo que deberíamos hacer en muchos casos.
 
Eso me recuerda a mis tiempos de estudiante en Estados Unidos, cuando me preguntaban si no era muy incómodo ir siempre vestido de flamenco o si no había alucinado con los coches, pensando que nosotros seguíamos utilizando caballos como medios de transporte...
 
Pero también uno percibe y descubre sensaciones muy agradables. Personas que se interesan por ti y que demuestran que te aprecian, cuando quizás, su educación, su timidez o simplemente su sencillez les hace dar un paso atrás y nos impiden disfrutar más de ellos.
 
Podría contar más de un caso, amigos y amigas que me escriben, que me preguntan y sobre todo, que me hacen sentir que están cerca mía, especialmente en momentos de soledad, que haberlos haylos. A veces, ni siquiera es necesario hablar tanto, basta con un wassup como guiño de complicidad.
 
Y así llego a él, este amigo que antes no lo era, o creíamos que no lo éramos, porque tiempo, pláticas y confidencias hemos compartido unas pocas... Pero como en todas las historias de amor, nos fuimos conociendo poco a poco, eso sí, respetándonos, y cada uno en su sitio, no fuésemos a equivocarnos...o cual es además de agradecer, pero al final, esa afinidad nos hizo entablar una amistad, que ahora en la distancia, a mi se me hace más profunda y sincera.
 
Para colmo, este amigo siempre fue una mina, un caballo blanco con una sabiduría campechana no exenta de retranca, que hacía que cada día lo admirase más y más... buenas charlas hemos tenido hablando de todo, sin tabúes, siempre desde el respeto, quizás, por el entorno, hasta en demasía. Y así llegamos a hoy, donde este amigo ha tenido la sutil delicadeza de arreglarme mi blog... un lavado de cara necesario, ya que mi torpeza y las limitaciones internautas del lugar no daban para más.
 
Pues eso, nada de sensiblerías, porque él no las necesita, pero da gusto tener amigos así, que te ofrecen su amistad sin nada a cambio, y que te hacen sentir que si llego un día sin aviso a mi tierra y le llamo, la cervecita está asegurada.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

El nacionalismo se cura viajando


Recomiendo leerlo escuchando esta canción...




Hace unos días visité dos residencias de ancianos para españoles sin recursos económicos en dos ciudades al norte de Marruecos.

Tánger y Tetuán, dos ciudades que durante más de 50 años fueron españolas, por lo que, eso y su cercanía geográfica hacen que aún guarden muchas reminiscencias españolas, especialmente Tetuán, una ciudad en la que por sus calles todavía se respira un ambiente español de los años 30 y 40.

En estas residencias pude conocer muchos españoles, ya ancianos, muy ancianos, a los que la vida no les ha tratado demasiado bien, aunque nadie lo diría por su imperturbable sonrisa. Gracias a una congregación de monjas que hacen una labor encomiable, y a una Asociación de Beneficiencia española, estas residencias subsisten y vencen al tiempo... sí, son monjas, católicas y apostólicas... lo siento por algunos...

Allí conocí a Juana, a Paco... y a Lina, una malagueña que cumplía ese día 100 años y a quien tuve el placer y la fortuna de felicitar en persona.

Sólo con entrar en su habitación, las fotos en blanco y negro y sus recuerdos traducidos en souvenirs sin edad hacen que te apropies de su nostalgia  y que sea ella precisamente la que se encargue rápidamente de difuminarla con su gracejo andaluz.

- "Hola Lina! ¿Cómo está usted?" Le pregunto dándole la mano.

- "Dame dos besos y háblame de tú que soy española y no soy tan vieja, que sólo cumplo una... centena", me dice con un acento cerrado malagueño y una risa contagiosa.

Enseguida empieza a contarme de su vida, sus penurias, la soledad a la que la vida se ha molestado en inundarla y su agradecimiento al Estado Español, por seguir cuidándola y tratándola tan bien, me dice señalando a Consuelo, la Madre Superiora, "¡que para eso soy española!", me insiste.

No  para de hablar, y es que, como ella misma reconoce, "tengo que aprovechar que de cabeza ando muy bien, perfecta... pero andar con las piernas, ya es otra cosa, porque me fallan, qué le vamos a hacer... ¿sabes que mi longevidad es de familia? claro, algo tenía que heredar, y encima no tengo que pagar el impuesto ese, ja ja!".

Me explica que se fue de España con 9 años... y mientras ella sigue hablando, echo cuentas y pienso que Lina lleva 91 años en Marruecos, que solo pasó 9 en España, y que, sin embargo, ama su país, no ha perdido su acento nativo y su arte sigue intacto. Y me viene a la cabeza Puigdemont, toda su corte del "prusés" y el maldito referéndum... y aprendo otro Rabateo que les podría venir muy bien a toda esta tropa, "sólo te darás cuenta de que la quieres cuando la dejes marchar", cantaban los Passenger... y es que, como decía Pío Baroja, "el nacionalismo se cura viajando". 




miércoles, 13 de septiembre de 2017

Rabateando con mi enano

Hace unas semanas, al poco de llegar, decidí traerme a mi enano conmigo unos días (mi enano acaba de cumplir 14 años y ya está más alto que yo, pero es y siempre será mi "enano"). Su día a día de asueto estival estaba consistiendo en tele, tablet, comida, cómic y cama, así que le propuse que me acompañase una semanita a Rabat y así de paso me ayudaba a instalarme.

El viaje dejó muchas anécdotas, como su cara de sorpresa cuando lo llevé a patinar... ¡En Marruecos patinan sobre hielo!" me decía, o su gesto extraño cuando pidió una fanta de limón en un sitio algo rústico y le trajeron un vaso de agua con un limón exprimido... pero también lecciones, como su manía por investigar y curiosear todo y que me llevó a descubrir cosas que, por mí mismo, nunca habría conocido.

El viaje fue caluroso y largo hasta la extenuación, ya que al ser agosto, mes de vacaciones donde todos los marroquíes emigrantes por Europa regresan a casa, el Ferry estaba de bote en bote, nunca mejor dicho, así que llegamos a Rabat de madrugada, muertos de hambre, con todo cerrado y el frigo vacío (para ser exactos aún no tenía frigorífico). Así buscando y buscando, finalmente encontramos un pequeño bar, ya casi cerrado donde muy amablemente nos dieron un "Chawarma" para comer y una Coca Cola. El viaje, desde luego, no iba a ser un 5 estrellas.

Fue una aventura que siempre recordaré por su actitud, ni una sola queja ni protesta, ninguna pesadumbre (¡hasta se bebió aquel vaso de agua con limón!) y siempre dispuesto a ayudar e ir de un lado a otro. Muchos rincones de la ciudad que yo aún no conocía los visité con él, algo que ha sido contraproducente, ya que, ahora me da nostalgia y veo su cara cada vez que vuelvo a ellos. 

Recuerdo que una tarde íbamos en el coche, camino de un sitio donde cenar (un Pizza Hut, le habia prometido) pasábamos por la carretera del litoral y le comenté que el atardecer de una playa marroquí es una maravilla que uno debe obligarse a contemplar antes de morir. Me miró un poco pasota y me dijo su clásico "vaaaale". Por suerte para nosotros, me perdí buscando la pizzería, así que tuve que regresar a la misma carretera. En ese momento comenzaba el ocaso, viendo aquellos colores anaranjados, que se iban poco a poco oscureciendo, difuminándose en el mar y con occidente al fondo... Mientras yo conducía, mi enano me miró y exclamó "¡qué guay!", paré en el arcén y estuvimos un par de minutos contemplándolo. Sólo recuerdo una situación parecida en mi vida, un amanecer en el Castillo de Jaén, con otra compañía, pero eso es otra historia...

Otra noche, volviendo de ver el Madrid-Barca de la Super Copa, que en realidad no vimos, íbamos solos por una calle semioscura y me iba contando eufórico algo de una de sus series favoritas, cuando tres chavales venían de frente. Al cruzarnos, unos metros más adelante, uno de ellos se dio la vuelta y nos gritó: -"eh!". Yo miré de soslayo pero seguí andando, escuchando el silencio de mi enano que se calló de inmediato. 

El chico aquel volvió a insistir, "eeeh!". Me di la vuelta mientras los vi acercarse a nosotros. "Pardon?" me atreví a decir. 

- "¿Españoles?", me preguntó. 

- "Sí, españoles".

- "Yo amo España, ¿viste usted el partido? ¿de qué equipo?"

- "Del Barca", le dije un poco desconfiado y algo temeroso.

- "Yo también!" Hoy mal, Barça mal. Bueno, es un placer conocerles. Españoles siempre buenos" decía mirando a sus amigos. "Aquí un amigo, lo que quieran, yo amigo de españoles para siempre, adiós". Decía dándose los  golpes habituales en el pecho.

Tras despedirnos del trío muy cariñosamente, continuamos nuestro camino mientras mi enano me decía, "Papá, qué susto, pensé que nos iban a atracar".

Y pensando en alto le expliqué mi segundo Rabateo: Los marroquíes aman España y su cultura y disfrutan hablando con los españoles, para ellos, es una especie de orgullo y curiosidad y te paran sólo para hablar e intercambiar contigo unas palabras... (excepto los guías de la Kasbah de Udayas, claro). Pero por encima de todo adoran el fútbol español, el Real Madrid y el Barcelona... "aunque claro... nunca sabremos qué hubiese pasado si llego a ser del Madrid", le dije entre risas mientras entrábamos en casa...




miércoles, 6 de septiembre de 2017

El chico de Armani

Era mi primer sábado en esta ciudad, sólo y sin mucho que hacer, me dispuse a realizar mi primera expedición por Rabat. 

Ignorante de mi, traté de "disfrazarme" para no llamar mucho la atención, vaqueros viejos, zapatillas y polo será perfecto, pensé para mi. Pronto me cercioraría de que, sin darnos cuenta, los extranjeros dejamos evidencias claras de nuestro origen sólo con nuestra presencia, no es ya tanto la ropa, sino la forma de andar, de gesticular o de reír.

Decidí iniciar mi periplo en la Kasbah de Udayas, uno de los barrios más pintorescos que puedes encontrar aquí. Es un barrio en lo alto de un acantilado, con unas vistas espectaculares del Océano Atlántico y que destaca por su originalidad, ya que son calles muy estrechas pintadas de blanco y azul, además de los preciosos jardines que hay junto a una mezquita.

Entraba yo tan tranquilo por la puerta principal cuando un chaval se me acerca y en un inglés cortado me dice que voy por el camino equivocado y que tengo que meterme por un pequeño callejón a la izquierda. El chico, que parece subvencionado por Armani, lleva camiseta ajustada amarilla, bermudas blancas y anchas y unas gafas de sol doradas de espejo que le cubrían media cara. Obviamente no le hago caso (algo desconfiado, no pensaba alejarme de la gente y meterme con él por un callejón por donde no se veía entrar a nadie). El caso es que insiste y le digo que no, y sigo mi camino. Mientras sigo andando pienso que quizás el chico sólo quería ayudarme, porque me fijo en que es cierto que todo el mundo viene en sentido contrario... de pronto, otro muchacho, de tez mucho más morena, en un francés poco inteligible, a voz en grito me recrimina mi trayecto y me vuelve a señalar el callejón que ya había dejado atrás. Le pregunto que si es obligatorio ir por ahí y me dice que sí y en ese momento, aparece el chico de Armani y me dice algo resignado que es lo único que trataba decirme él.

Finalmente cedo con una sonrisa y me dirijo por mi cuenta al callejón, doblo la esquina y me encuentro con la primera calle de ese maravilloso barrio. "Estaba equivocado con ellos, ¡malditos prejuicios!" pienso  para mi, mientras saco mi cámara y empiezo a hacer fotos.

Sigo andando unos metros y de pronto aparece con una gran sonrisa el más moreno de los chavales. Y con su endiablado francés empieza a contarme la historia del barrio... o algo así, porque sinceramente,no le entiendo una palabra... 

Calle tras calle, lo llevo a mi lado, señalando paredes y puertas, mezclando inglés, francés y alguna palabra que todavía no sé si era italiano o castellano, hasta que por fin salimos a los jardines. En ese momento, se despide de mi con el ya característico gesto de los golpes en el pecho... no había que ser muy listo para adivinar que esperaba la propina...

Como yo ya lo preveía, saco 5 Dirhams, el equivalente a 50 céntimos y le doy las gracias. Él se queda mirando la moneda y me dice que qué es eso, que le tengo que dar más... empezamos una pequeña discusión y en cuestión de segundos aparece el de Armani con dos amigos más, que se quedan escuchando el debate... algo amedrentado (o acojonado mejor dicho). Saco 20 Dirhams, que vienen a ser 2 Euros y se lo intento dar, y cuál es mi sorpresa cuando me dice que no, que le tengo que dar 30 euros. 

¿30€?! "Tu es fou, chaval!" le digo indignado. El caso es que finalmente y para evitar problemas acabo dándoles 10€. Y aunque sólo fuese por quedarme tranquilo, me doy la vuelta y les digo que no es justo y que son unos caraduras. En ese momento me coge del brazo el de las gafas doradas (mi corazón se pone a mil) y me dice que no me vaya así, que ellos son buenos, que sólo hacen su trabajo y que por qué piensa eso de ellos. Le vuelvo a explicar que su amigo ni siquiera habla francés, que no me he enterado de nada y que me han obligado a darle los 10€.

Me dice que vuelva con él, que va a hacer el recorrido conmigo otra vez, pero que no permite que me vaya descontento, que son buenas personas y que si quiero me enseña la ciudad entera gratis, "we are your friends, amigo amigo".

Finalmente, le di la mano y le ofrecí mi sonrisa más forzada. Y así, con mi cara de gilipollas me fui de allí, pensando en el primer rabateo y que, me parece, va a ser un mandamiento aquí: "Los marroquíes siempre tratarán de agradarte, puede que no te den lo que tú buscabas, o puede que en realidad te den lo que ellos querían, pero de una manera u otra siempre tratarán de verte satisfecho y nunca les faltará una sonrisa para conseguirlo".

jueves, 31 de agosto de 2017

Pon un cordero en tu vida

Mañana es la fiesta del córdero, el Aid K-bir, como dicen ellos. Es algo así como su día de Navidad, bueno la Navidad es más el día de Ramadán, porque comen dulces, y es más variado. Esto es más como el día de Acción de Gracias de los americanos, este día las calles están vacías, toda la familia se junta y comen cordero, pollo... y más cordero. 

Este día celebran que Dios (o Al-Lah) puso a prueba la fe de Abraham (o Ibrahim) y casi sacrifica a su propio hijo, Ismael, aunque acabó decapitando a un cordero, tal y como finalmente le ordenó. Y hoy, después de siglos y siglos, siguen recordándolo, siendo una fiesta consagrada en el calendario musulmán y también marroquí. 

El tema de encontrar un cordero vivo es fundamental, casi de vida y muerte y así, cualquier buen padre de familia que se precie de serlo tiene que llevar a su casa un buen bicho, ya que si no... bueno, creo que ni siquiera valoran esa posibilidad... eso sí, para evitar problemas, la tradición ha flexibilizado el requisito, y aunque la estrella del día es el cordero, también se admite una oveja, para aquellos que tienen el colesterol alto (así es, el gluten aún no ha llegado, pero el colesterol sí) e incluso una vaca, para aquellas familias cuantiosas o con mucha hambre.

Según me cuentan, por la mañana es hora de hacer el sacrificio, las calles se llenan de gente, los murmullos se entremezclan con los berridos y el suelo se tinta de la sangre de los animales degollados de forma ancestral. Un espectáculo digno de vivir para imbuirse en su cultura. Sin embargo, yo ese día no estaré, porque aprovecho que es festivo para volver a casa... ¡qué mejor forma que celebrar este día estando con mi familia, como hacen ellos! 

Aún así, los días previos también son interesantes, llama la atención la espontaneidad y pragmatismo de los marroquíes... si hay que comprar un cordero, pues se compra y luego ya pensaremos dónde lo metemos... y así, vas en coche, como yo ayer, y te encuentras en el semáforo un lechón balando en la ventanilla del coche  a tu lado. Fue tal mi sorpresa que no me dio tiempo a reaccionar, aunque sí pude "cazar" minutos más tarde otro turista de paseo...



También es curioso ver cómo los precios se encarecen estos días. Claro, si en el Aid K-bir se reúne toda la familia, comerán, beberán, también comprarán regalos... así que es momento de subir el precio a todo... me recordó a nuestros langostinos y nuestras uvas en Navidad... ¿veis? al final no somos tan distintos...

Como curiosidad, el otro día fui a un hipermercado a comprar un horno y me llamó la atención el tumulto de gente que había en una zona determinada...no buscaban televisiones ni lavadoras... eran los congeladores. Más tarde, uno de los vendedores, me explicó que en estas fechas nadie se arriesga a que su congelador no funcione y no poder ofrecer una buena fiesta, ¡su reputación está en juego! así que mucha gente estrena arcón, para meter vianda suficiente para dos días a "tutiplén" y por supuesto, cordero, que no puede faltar... 

Ni que decir tiene que el hombre me intentó encasquetar un congelador y casi lo consigue... pero como comentaré en mi próximo post... ya había aprendido de mi primer rabateo, y no, esta vez no consiguió que me llevase lo que él quería... ¿o sí? porque ahora que lo pienso, me vendió otro horno distinto al que yo iba buscando...

martes, 29 de agosto de 2017

Mi primer rabateo

Por fin llego a Rabat. Mi primer contacto fue en junio, bajé del avión en bermudas y camiseta y... ¡oh, sorpresa! una ligera brisilla hizo que la piel se me pusiese de gallina... Cojo el móvil y Google me lo confirma, Rabat no es un desierto a 50 grados a la sombra. Tiene un clima atlántico, parecido al canario, y aquel viento fresquito del atardecer se ha encargado de presentarme la ciudad.

Salimos del aeropuerto y pasamos varios controles policiales, rutinarios, me dice mi acompañante... pero nunca deja de acojonar ver a dos uniformados con metralletas entre sus manos... a todo esto, nada de dunas, caminos pedregosos ni camellos ¿o eran dromedarios?. Autovías rectas de dos carriles perfectamente asfaltadas coches de alta gama, mucho 4x4... Podría ser Alemania, me digo a mí mismo, si no fuera por las señales informativas correctamente escritas en árabe y francés.

Pero poco a poco me doy cuenta de la diferencia entre alemanes y marroquíes, el tipo de conducción, una conducción que deja poco margen a la relajación. Coches que adelantan por la izquierda, por la derecha, por el arcén o por donde pillan, ráfagas continuas de luces, que te hacen pensar que llevas las luces fundidas y te están avisando o que vas por el carril contrario. El claxon también suena a menudo... pues no, esto no es Alemania.

He llegado en pleno Ramadán, así que al llegar al hotel, aunque es tarde, noto el bullicio de la calle, todo el mundo acaba de despertar de su voluntario ayuno y vuelve a la vida aprovechando que pueden beber y comer... así hasta largas horas de la noche. 

Salgo a cenar algo y me meto en la primer sitio que pillo, no es plan de ponerme a andar de madrugada. Es una pizzería, pido una pizza y una Coca Cola Zero... de fondo suena música árabe... me traen la Coca Cola en un vaso, sin hielo. Le pregunto si me puede echar hielo y me mira extrañado. 

- "Glaçons?" Me repite dubitativo.
- "Oui oui, cubes de glace, s'il vous plait" le insisto educadamente. 

El chico se va... pasan los minutos y al final opto por beberme la Coca Cola mientras viene la comida. En ese momento comienza a sonar de fondo el Bamboleo de los Gipsy Kings y aparece el camarero con la pizza. "No hay hielo, pero tenemos música de España, ole" me dice el cachondo.

Bueno, los Gipsy son franceses y no españoles... y prefería la Coca Cola fresquita, pero oye, se agradece el detalle. Y así, esa noche me fui a la cama con mi primera lección aprendida sobre los marroquíes, mi primer rabateo: Los marroquíes siempre tratarán de agradarte, puede que no te den lo que querías o puede que en realidad te den lo que ellos querían, pero de una manera u otra, siempre tratarán de verte satisfecho y nunca les faltará una sonrisa para conseguirlo.