jueves, 26 de octubre de 2017

72 días y 500 viajes

Dos meses y medio, 72 días, eso es lo que he tardado en matricular el coche.

Todo empezó un 15 de agosto, el primer día aquí después de mis vacaciones, y para no perder más tiempo, una vez avisado de los plazos con los que hay que lidiar, comencé manos a la obra.

"Primero hay que enviar una solicitud de matriculación, con el permiso de circulación español en vigor y la ficha técnica", me dice el encargado de estos menesteres en mi oficina. "Fácil, aquí lo tengo", le digo triunfante... - "Sí, fácil..."- , murmura sonriendo mirándome de soslayo...

- "Bueno, ya está, ¿no? ya me avisas tú si eso...", vuelvo a la carga confiado. - "Sí, ya si eso..."- me responde. Me voy con la mosca detrás de la oreja pensando que aún no he logrado coger el tono de humor de estos paisanos y no le echo más cuenta.

Pasan tres semanas, metidos ya en septiembre y no tengo noticias de mi matrícula. Es normal, me dicen algunos, "a mi en Méjico me tardó 6 meses, así que no seas impaciente", me cuenta el enteraíllo de turno. Por suerte, un compañero simpático y empático me dice que va a subir a preguntar por mí, que no me preocupe. Gracias Mohamed, le digo.

Al rato vuelve, sonriendo burlón y negando con la cabeza... "¡la autorización del Ministerio ya ha llegado! "¡Ahí podía estar encima de su mesa!"

- "Bueno, bien está lo que bien acaba, el caso es que ya tengo matrícula marroquí, ¿no?" le pregunto emocionado.

- "No, esta es sólo la autorización del Ministerio de Exteriores, ahora hay que solicitar otra autorización al Ministerio de Transportes".

Dos semanas después, mi compañero, ante mi desesperación, decide ir a preguntar al Ministerio. Vuelve con otro papel y me dice, "¡vamos, ahora mismo a pasar la ITV!"

"Pero habrá que pedir cita previa", le respondo adivinando la respuesta.

"¿Cita... qué?" me contesta sarcástico.  Nos miramos y no digo nada más, ¿para qué?

Aquí, la ITV se pasa en talleres de mecánica habituales, pero que poseen una licencia que les autoriza a realizarla, no como en España, que son talleres expresamente dedicados a eso. Así que allá que vamos a las 11 de la mañana de un martes cualquiera en busca y captura de un taller autorizado que no tenga demasiada cola... olvidé decir que era un martes cualquiera a media mañana en pleno Rabat, por eso del tráfico y los atascos... como Madrid pero algo más anárquico.

Paramos en varios talleres, todos con una cola interminable de coches, pero sin prisa, eso sí, ellos se sientan o hablan en grupetes, pero no percibes agobios ni gritos de desesperación. Finalmente, una hora y 20 kilómetros después encontramos un taller a las afueras cuyo dueño dice que si esperamos "sólo" media hora nos hace el favor y nos la pasa, mientras le guiña el ojo a Mohamed, porque, según me comenta luego, es un conocido suyo.

Cuando por fin me llega el turno, el mecánico me pide la llave y se monta, ya que aquí la ITV la pasa el propio mecánico... con los pelos como escarpias y el corazón a mil, le aviso de que el coche es automático y me dice que no hay problema, una de las frases preferidas de este pueblo "Pas de problem"... arranca y ¡zas!, acelerón descontrolado, gracias a Dios no había nada delante. Mi grito se debió escuchar en Tarifa por lo menos... "Es que este coche no hace ruido", me dice el cachondo disculpándose.

ITV pasada, y ya camino del trabajo... "entonces, Moha, ¿ya está, ya tengo coche de aquí?"

- "No, queda la Dirección de Tráfico". Ya mismo, si Dios quiere"... "Inshalá", como dicen aquí para todo.

Paciencia, me digo a mi mismo.

Pasan más días, hasta que por fin, ayer, vuelvo a preguntar, ansioso, a mi compañero... "¿te acuerdas de mi matrícula, crees que se habrá perdido por el camino?". Mi amigo se ríe, no sé si por mi ocurrencia o por mi ignorancia, el caso es que vuelve al rato y me dice "el papel estaba arriba, en la mesa de nuestro amigo!".

- "¡Por fin! ¿y ahora?"

- "Ahora a por la matrícula, vamos, ya!", me dice apurado. Tantos días esperando y luego de repente hay que salir corriendo, estas contradicciones rabatíes...

Yo conduzco y mi compañero dirige, de pronto, en una calle bastante concurrida, me dice que pare ahí mismo, en doble fila. Le hago caso, buscando con la mirada el taller donde me van a poner las matrículas, pero él me dice, que espere montado, que él se encarga, porque, por supuesto, conoce a alguien.

No es fácil estar aparcado en doble fila en una avenida rabatí viendo pasar los coches a escasos centímetros del tuyo y sin frenar lo más mínimo, así que la espera se hace eterna. Finalmente, la tensión acaba a los 10 minutos y  aparece Mohamed acompañado de un hombre cargado con dos matrículas amarillas y un taladro... ¿dije antes que la tensión había desaparecido?

Mi compañero me dice que no me baje... y allí, en plena hora punta del mediodía, en una avenida petada de tráfico y aparcado en doble fila, siento cómo aquel hombre martillea a mi pobrecito coche como si lo desnudase para luego vestirlo otra vez con esas nuevas placas tan chillonas...

"Bueno, Moha, ahora sí... por fin!" le digo al iniciar el camino de vuelta....

- "Falta el seguro, pero eso es un momento", me tranquiliza, al ver mi cara de espanto.

Pero, no, tampoco el del seguro iba a ser el último viaje, resulta que aquí eso de las transferencias bancarias o el pago por las tarjeta de crédito no está de moda y al asegurar el coche, en la oficina del seguro piensan que uno lleva en la cartera, así, por accidente, el pastizal del seguro anual, que por cierto, es bastante más caro que en España... así que vuelta a un cajero a por dinero en cash y otra vez a la aseguradora...

Hoy ya tengo por fin mi coche marroquí y así, 72 días y 500 viajes después, que diría mi paisano Sabina, he aprendido el rabateo de su burocracia: no hay prisa por nada, excepto conduciendo, y los plazos son tan inciertos como indefinidos, salvo que tengas un amigo del que dependa el papel que necesitas, claro...

jueves, 12 de octubre de 2017

El mechero y la bombona

En este país uno va de sorpresa en sorpresa, de sobresalto en sobresalto y no, creo que uno nunca terminará de acostumbrarse.
 
Su pragmatismo es tal que, aunque eficaz a corto plazo, sus soluciones son pan de hoy y hambre de mañana, y eso es algo, en mi modesta opinión, que deberían cambiar para continuar en ese camino de desarrollo y evolución que empezaron hace unos años.
 
Yo vivo en una casa de estilo colonial, de la época del protectorado francés. Techos altos, habitaciones inmensas, suelo de azulejo decorado, jardín en la entrada... preciosa, la verdad, aunque con las pegas propias de una casa centenaria... de hecho me costó bastante convencer al dueño para que me dejase meter la fibra óptica en casa, ya que no tenía la instalación hecha ni adaptada a los nuevos tiempos y esto suponía hacer agujeros y meter cables... ni que decir tiene, por cierto, que me costó un pastón. Todo sea por estar comunicado en el siglo XXI.
 
Como casa antigua que es, el agua caliente funciona con calentador y el gas con bombona de butano... unas bombonas oxidadas y llenas de polvo que inspiran muy poca confianza.
 
No sé si fue el aspecto o si realmente era así, pero un día me agaché a coger un bote de limpieza y percibí un olor muy fuerte a gas cerca de la bombona... estuve mirando por encima y definitivamente aquello olía mucho a gas, demasiado.
 
Como no sabía a quién acudir, ya que aquí las bombonas se compran en cualquier tiendecita del barrio, hablé con el portero de la casa, quien me dijo que él mismo subiría a mirarlo sobre la marcha.
 
Y allí que fuimos los dos, él tomando la iniciativa, se agachó, miró un poco la goma, tanteó... olió... me miró... "C'est bien", me dijo.
 
- "Pero huela, huela..". le insisto, "huele mucho a gas, eso no es normal".
 
Me vuelve a mirar resignado, observa la bombona y ante mi sorpresa, saca un mechero del bolsillo, lo acerca a la bombona y lo enciende. Mi acto reflejo fue retroceder un paso hacia atrás. Él, todavía con el mechero encendido y balanceándolo alrededor de la bombona, me mira sonriente mientras espeta un  "Pas de problem, c'est bien".
 
"¡Nos ha jodido!" se me escapó en el español más castizo. Su solución fue de lo más práctica, imagino que pensó, "este tío no me va a dejar tranquilo, así que órdago a la grande, o se calla para siempre o salimos volando", y así, todo valiente, zanjó el problema de la manera más práctica posible, pero también más insegura y arriesgada.
 
 

Lo curioso del asunto es que cuando lo comenté con algunos compatriotas con más experiencia, no se extrañaron, me dijeron que es muy habitual hacer ese tipo de comprobación, lo cual no ayudó a mi tranquilidad, aunque sí a aprender un nuevo Rabateo, "si pueden demostrar algo y así zanjar el tema, lo hacen, sin importar las consecuencias..."



 
 
 
 

sábado, 7 de octubre de 2017

Españoleando por Rabat, que tampoco es poco

Hoy recomiendo esta canción mientras lees esto...
 
 
 
Hace unos días, en un ataque de jamonitis, un amigo español me invitó a conocer un restaurante donde me prometía que me iba a sentir como en casa. "Les trois no se qué", me dijo. Mal empezamos, con nombre francés... pensé para mis adentros.
 
Y allá que nos fuimos, un sábado por la mañana, a una hora temprana, a españolear por Rabat. En primera línea de playa, con un sol radiante y unos 26 grados, nos metimos en un chiringuito, con la Flaca de Pau Donés de fondo y en el que en pocos segundos, te daba la sensación de estar en cualquier cala de Málaga disfrutando de su brisa.
 
Las pizarras negras enseñando las raciones y tapas, gambitas al pil pil, sardinas... todo como siempre, aunque tengo que reconocer que los pillé en un renuncio, la cerveza... esa manía que tienen aquí de no poner las bebidas frías... (la coca cola sin hielo, el agua del tiempo...) y así, la cerveza está algo fría, pero no helada. No obstante, como ellos son así y encuentran solución a todo, rápidamente llegamos a un arreglo con una jarras congeladas que hicieron que la temperatura del líquido elemento disminuyese y que la San Miguel supiese mucho más española.
 
Tras más de dos horas degustando (en el más amplio sentido de la palabra) todo tipo de españoladas, salió el cocinero, verdadero artífice de aquel chiringuito con sabor español, a tomarse una cerveza con nosotros, ya que conocía bastante a mi amigo.
 
 
 
Y así conocí a Mikel y su interesante historia. La de un español que hace 5 años la crisis y la vida lo atropellaron y se vio en el paro, separado, sin dinero y sin esa vida... así que por consejo de un amigo, decidió coger una tartana de coche, 1.000€ en metálico que consiguió reunir y un pasaporte con el que pasar la frontera. Sin permiso de trabajo, sin familiares y sin enchufes a los que acudir, así se presentó en Rabat dispuesto a comenzar de nuevo.
 
Allí nos cuenta entre risas, ataviado con su camisa de chef, con su nombre bordado en el pecho y la bandera de España también bordada en el cuello, cómo las primeras semanas dormía en el coche para no gastarse el dinero, porque no sabía cuánto tiempo iba a tener que estar así... y cómo se dedicaba a ir buscando trabajo como cocinero por todos los restaurantes sin saber el idioma local y chapurreando tan sólo el francés.
 
"Cuando me entrevistaban para conseguir un trabajo, decía, déjame en la cocina y ya verás, y me ponían cara rara... hasta que por fin un loco me dijo, venga, entra y me lo demuestras y desde entonces no he dejado de trabajar ni un sólo día", nos decía jocoso.
 
Hoy su restaurante es de lo mejorcito y con más reputación de Rabat, y Mikel, casado de nuevo y totalmente adaptado a esta tierra, nos comenta sus futuros planes de montar otro Restaurante en el centro... "es que quiero un Mercedes más grande del que tengo", bromea sin perder por un momento la sonrisa. "Aunque mi mujer me va a echar de casa, porque eso supondrá trabajar 16 horas al día, en lugar de 12 como ahora..."
 
Me cuenta mi amigo que la Embajada tuvo que echarle una mano, ya que vino como un turista más y no podía trabajar. Y que aunque ahora se ríe y le quite importancia, sus comienzos fueron más duros de lo que él deja entrever.
 
Y así, esta vez fue un español el que me enseñó un nuevo Rabateo, ese que todos hemos oído miles de veces, pero que sólo cuando le pones nombres y apellidos, lo aprecias realmente. Que el éxito no llega sólo ni tampoco por fortuna, que cuando uno toca fondo, tiene que saber reinventarse y no dejar de luchar, y que las quejas, los lloros o las rabietas no te van a ayudar, ya que sólo con trabajo puede uno cumplir sus metas, porque como decía Thomas Jefferson "Yo creo mucho en la suerte, y he descubierto que cuanto más trabajo, más suerte tengo".

martes, 3 de octubre de 2017

Gracias amigo

Cuando uno deja un buen trabajo, una ciudad tranquila e inicia una aventura como esta, no solamente descubre nuevos paisajes y nuevas culturas, también da tiempo a pensar en lo que deja atrás, allí, en la que será siempre tu casa.
 
Una de ellas es la lección de humildad que ofrece hablar con amigos y conocidos y que te hablen despectivamente de un lugar que, en muchos casos, ni tan siquiera conocen por fotos, utilizando clichés y sin mirarse el ombligo, que es lo que deberíamos hacer en muchos casos.
 
Eso me recuerda a mis tiempos de estudiante en Estados Unidos, cuando me preguntaban si no era muy incómodo ir siempre vestido de flamenco o si no había alucinado con los coches, pensando que nosotros seguíamos utilizando caballos como medios de transporte...
 
Pero también uno percibe y descubre sensaciones muy agradables. Personas que se interesan por ti y que demuestran que te aprecian, cuando quizás, su educación, su timidez o simplemente su sencillez les hace dar un paso atrás y nos impiden disfrutar más de ellos.
 
Podría contar más de un caso, amigos y amigas que me escriben, que me preguntan y sobre todo, que me hacen sentir que están cerca mía, especialmente en momentos de soledad, que haberlos haylos. A veces, ni siquiera es necesario hablar tanto, basta con un wassup como guiño de complicidad.
 
Y así llego a él, este amigo que antes no lo era, o creíamos que no lo éramos, porque tiempo, pláticas y confidencias hemos compartido unas pocas... Pero como en todas las historias de amor, nos fuimos conociendo poco a poco, eso sí, respetándonos, y cada uno en su sitio, no fuésemos a equivocarnos...o cual es además de agradecer, pero al final, esa afinidad nos hizo entablar una amistad, que ahora en la distancia, a mi se me hace más profunda y sincera.
 
Para colmo, este amigo siempre fue una mina, un caballo blanco con una sabiduría campechana no exenta de retranca, que hacía que cada día lo admirase más y más... buenas charlas hemos tenido hablando de todo, sin tabúes, siempre desde el respeto, quizás, por el entorno, hasta en demasía. Y así llegamos a hoy, donde este amigo ha tenido la sutil delicadeza de arreglarme mi blog... un lavado de cara necesario, ya que mi torpeza y las limitaciones internautas del lugar no daban para más.
 
Pues eso, nada de sensiblerías, porque él no las necesita, pero da gusto tener amigos así, que te ofrecen su amistad sin nada a cambio, y que te hacen sentir que si llego un día sin aviso a mi tierra y le llamo, la cervecita está asegurada.