Dos meses y medio, 72 días, eso es lo que he tardado en matricular el coche.
Todo empezó un 15 de agosto, el primer día aquí después de mis vacaciones, y para no perder más tiempo, una vez avisado de los plazos con los que hay que lidiar, comencé manos a la obra.
"Primero hay que enviar una solicitud de matriculación, con el permiso de circulación español en vigor y la ficha técnica", me dice el encargado de estos menesteres en mi oficina. "Fácil, aquí lo tengo", le digo triunfante... - "Sí, fácil..."- , murmura sonriendo mirándome de soslayo...
- "Bueno, ya está, ¿no? ya me avisas tú si eso...", vuelvo a la carga confiado. - "Sí, ya si eso..."- me responde. Me voy con la mosca detrás de la oreja pensando que aún no he logrado coger el tono de humor de estos paisanos y no le echo más cuenta.
Pasan tres semanas, metidos ya en septiembre y no tengo noticias de mi matrícula. Es normal, me dicen algunos, "a mi en Méjico me tardó 6 meses, así que no seas impaciente", me cuenta el enteraíllo de turno. Por suerte, un compañero simpático y empático me dice que va a subir a preguntar por mí, que no me preocupe. Gracias Mohamed, le digo.
Al rato vuelve, sonriendo burlón y negando con la cabeza... "¡la autorización del Ministerio ya ha llegado! "¡Ahí podía estar encima de su mesa!"
- "Bueno, bien está lo que bien acaba, el caso es que ya tengo matrícula marroquí, ¿no?" le pregunto emocionado.
- "No, esta es sólo la autorización del Ministerio de Exteriores, ahora hay que solicitar otra autorización al Ministerio de Transportes".
Dos semanas después, mi compañero, ante mi desesperación, decide ir a preguntar al Ministerio. Vuelve con otro papel y me dice, "¡vamos, ahora mismo a pasar la ITV!"
"Pero habrá que pedir cita previa", le respondo adivinando la respuesta.
"¿Cita... qué?" me contesta sarcástico. Nos miramos y no digo nada más, ¿para qué?
Aquí, la ITV se pasa en talleres de mecánica habituales, pero que poseen una licencia que les autoriza a realizarla, no como en España, que son talleres expresamente dedicados a eso. Así que allá que vamos a las 11 de la mañana de un martes cualquiera en busca y captura de un taller autorizado que no tenga demasiada cola... olvidé decir que era un martes cualquiera a media mañana en pleno Rabat, por eso del tráfico y los atascos... como Madrid pero algo más anárquico.
Paramos en varios talleres, todos con una cola interminable de coches, pero sin prisa, eso sí, ellos se sientan o hablan en grupetes, pero no percibes agobios ni gritos de desesperación. Finalmente, una hora y 20 kilómetros después encontramos un taller a las afueras cuyo dueño dice que si esperamos "sólo" media hora nos hace el favor y nos la pasa, mientras le guiña el ojo a Mohamed, porque, según me comenta luego, es un conocido suyo.
Cuando por fin me llega el turno, el mecánico me pide la llave y se monta, ya que aquí la ITV la pasa el propio mecánico... con los pelos como escarpias y el corazón a mil, le aviso de que el coche es automático y me dice que no hay problema, una de las frases preferidas de este pueblo "Pas de problem"... arranca y ¡zas!, acelerón descontrolado, gracias a Dios no había nada delante. Mi grito se debió escuchar en Tarifa por lo menos... "Es que este coche no hace ruido", me dice el cachondo disculpándose.
ITV pasada, y ya camino del trabajo... "entonces, Moha, ¿ya está, ya tengo coche de aquí?"
- "No, queda la Dirección de Tráfico". Ya mismo, si Dios quiere"... "Inshalá", como dicen aquí para todo.
Paciencia, me digo a mi mismo.
Pasan más días, hasta que por fin, ayer, vuelvo a preguntar, ansioso, a mi compañero... "¿te acuerdas de mi matrícula, crees que se habrá perdido por el camino?". Mi amigo se ríe, no sé si por mi ocurrencia o por mi ignorancia, el caso es que vuelve al rato y me dice "el papel estaba arriba, en la mesa de nuestro amigo!".
- "¡Por fin! ¿y ahora?"
- "Ahora a por la matrícula, vamos, ya!", me dice apurado. Tantos días esperando y luego de repente hay que salir corriendo, estas contradicciones rabatíes...
Yo conduzco y mi compañero dirige, de pronto, en una calle bastante concurrida, me dice que pare ahí mismo, en doble fila. Le hago caso, buscando con la mirada el taller donde me van a poner las matrículas, pero él me dice, que espere montado, que él se encarga, porque, por supuesto, conoce a alguien.
No es fácil estar aparcado en doble fila en una avenida rabatí viendo pasar los coches a escasos centímetros del tuyo y sin frenar lo más mínimo, así que la espera se hace eterna. Finalmente, la tensión acaba a los 10 minutos y aparece Mohamed acompañado de un hombre cargado con dos matrículas amarillas y un taladro... ¿dije antes que la tensión había desaparecido?
Mi compañero me dice que no me baje... y allí, en plena hora punta del mediodía, en una avenida petada de tráfico y aparcado en doble fila, siento cómo aquel hombre martillea a mi pobrecito coche como si lo desnudase para luego vestirlo otra vez con esas nuevas placas tan chillonas...
"Bueno, Moha, ahora sí... por fin!" le digo al iniciar el camino de vuelta....
- "Falta el seguro, pero eso es un momento", me tranquiliza, al ver mi cara de espanto.
- "Falta el seguro, pero eso es un momento", me tranquiliza, al ver mi cara de espanto.
Pero, no, tampoco el del seguro iba a ser el último viaje, resulta que aquí eso de las transferencias bancarias o el pago por las tarjeta de crédito no está de moda y al asegurar el coche, en la oficina del seguro piensan que uno lleva en la cartera, así, por accidente, el pastizal del seguro anual, que por cierto, es bastante más caro que en España... así que vuelta a un cajero a por dinero en cash y otra vez a la aseguradora...
Hoy ya tengo por fin mi coche marroquí y así, 72 días y 500 viajes después, que diría mi paisano Sabina, he aprendido el rabateo de su burocracia: no hay prisa por nada, excepto conduciendo, y los plazos son tan inciertos como indefinidos, salvo que tengas un amigo del que dependa el papel que necesitas, claro...