miércoles, 27 de septiembre de 2017

El nacionalismo se cura viajando


Recomiendo leerlo escuchando esta canción...




Hace unos días visité dos residencias de ancianos para españoles sin recursos económicos en dos ciudades al norte de Marruecos.

Tánger y Tetuán, dos ciudades que durante más de 50 años fueron españolas, por lo que, eso y su cercanía geográfica hacen que aún guarden muchas reminiscencias españolas, especialmente Tetuán, una ciudad en la que por sus calles todavía se respira un ambiente español de los años 30 y 40.

En estas residencias pude conocer muchos españoles, ya ancianos, muy ancianos, a los que la vida no les ha tratado demasiado bien, aunque nadie lo diría por su imperturbable sonrisa. Gracias a una congregación de monjas que hacen una labor encomiable, y a una Asociación de Beneficiencia española, estas residencias subsisten y vencen al tiempo... sí, son monjas, católicas y apostólicas... lo siento por algunos...

Allí conocí a Juana, a Paco... y a Lina, una malagueña que cumplía ese día 100 años y a quien tuve el placer y la fortuna de felicitar en persona.

Sólo con entrar en su habitación, las fotos en blanco y negro y sus recuerdos traducidos en souvenirs sin edad hacen que te apropies de su nostalgia  y que sea ella precisamente la que se encargue rápidamente de difuminarla con su gracejo andaluz.

- "Hola Lina! ¿Cómo está usted?" Le pregunto dándole la mano.

- "Dame dos besos y háblame de tú que soy española y no soy tan vieja, que sólo cumplo una... centena", me dice con un acento cerrado malagueño y una risa contagiosa.

Enseguida empieza a contarme de su vida, sus penurias, la soledad a la que la vida se ha molestado en inundarla y su agradecimiento al Estado Español, por seguir cuidándola y tratándola tan bien, me dice señalando a Consuelo, la Madre Superiora, "¡que para eso soy española!", me insiste.

No  para de hablar, y es que, como ella misma reconoce, "tengo que aprovechar que de cabeza ando muy bien, perfecta... pero andar con las piernas, ya es otra cosa, porque me fallan, qué le vamos a hacer... ¿sabes que mi longevidad es de familia? claro, algo tenía que heredar, y encima no tengo que pagar el impuesto ese, ja ja!".

Me explica que se fue de España con 9 años... y mientras ella sigue hablando, echo cuentas y pienso que Lina lleva 91 años en Marruecos, que solo pasó 9 en España, y que, sin embargo, ama su país, no ha perdido su acento nativo y su arte sigue intacto. Y me viene a la cabeza Puigdemont, toda su corte del "prusés" y el maldito referéndum... y aprendo otro Rabateo que les podría venir muy bien a toda esta tropa, "sólo te darás cuenta de que la quieres cuando la dejes marchar", cantaban los Passenger... y es que, como decía Pío Baroja, "el nacionalismo se cura viajando". 




miércoles, 13 de septiembre de 2017

Rabateando con mi enano

Hace unas semanas, al poco de llegar, decidí traerme a mi enano conmigo unos días (mi enano acaba de cumplir 14 años y ya está más alto que yo, pero es y siempre será mi "enano"). Su día a día de asueto estival estaba consistiendo en tele, tablet, comida, cómic y cama, así que le propuse que me acompañase una semanita a Rabat y así de paso me ayudaba a instalarme.

El viaje dejó muchas anécdotas, como su cara de sorpresa cuando lo llevé a patinar... ¡En Marruecos patinan sobre hielo!" me decía, o su gesto extraño cuando pidió una fanta de limón en un sitio algo rústico y le trajeron un vaso de agua con un limón exprimido... pero también lecciones, como su manía por investigar y curiosear todo y que me llevó a descubrir cosas que, por mí mismo, nunca habría conocido.

El viaje fue caluroso y largo hasta la extenuación, ya que al ser agosto, mes de vacaciones donde todos los marroquíes emigrantes por Europa regresan a casa, el Ferry estaba de bote en bote, nunca mejor dicho, así que llegamos a Rabat de madrugada, muertos de hambre, con todo cerrado y el frigo vacío (para ser exactos aún no tenía frigorífico). Así buscando y buscando, finalmente encontramos un pequeño bar, ya casi cerrado donde muy amablemente nos dieron un "Chawarma" para comer y una Coca Cola. El viaje, desde luego, no iba a ser un 5 estrellas.

Fue una aventura que siempre recordaré por su actitud, ni una sola queja ni protesta, ninguna pesadumbre (¡hasta se bebió aquel vaso de agua con limón!) y siempre dispuesto a ayudar e ir de un lado a otro. Muchos rincones de la ciudad que yo aún no conocía los visité con él, algo que ha sido contraproducente, ya que, ahora me da nostalgia y veo su cara cada vez que vuelvo a ellos. 

Recuerdo que una tarde íbamos en el coche, camino de un sitio donde cenar (un Pizza Hut, le habia prometido) pasábamos por la carretera del litoral y le comenté que el atardecer de una playa marroquí es una maravilla que uno debe obligarse a contemplar antes de morir. Me miró un poco pasota y me dijo su clásico "vaaaale". Por suerte para nosotros, me perdí buscando la pizzería, así que tuve que regresar a la misma carretera. En ese momento comenzaba el ocaso, viendo aquellos colores anaranjados, que se iban poco a poco oscureciendo, difuminándose en el mar y con occidente al fondo... Mientras yo conducía, mi enano me miró y exclamó "¡qué guay!", paré en el arcén y estuvimos un par de minutos contemplándolo. Sólo recuerdo una situación parecida en mi vida, un amanecer en el Castillo de Jaén, con otra compañía, pero eso es otra historia...

Otra noche, volviendo de ver el Madrid-Barca de la Super Copa, que en realidad no vimos, íbamos solos por una calle semioscura y me iba contando eufórico algo de una de sus series favoritas, cuando tres chavales venían de frente. Al cruzarnos, unos metros más adelante, uno de ellos se dio la vuelta y nos gritó: -"eh!". Yo miré de soslayo pero seguí andando, escuchando el silencio de mi enano que se calló de inmediato. 

El chico aquel volvió a insistir, "eeeh!". Me di la vuelta mientras los vi acercarse a nosotros. "Pardon?" me atreví a decir. 

- "¿Españoles?", me preguntó. 

- "Sí, españoles".

- "Yo amo España, ¿viste usted el partido? ¿de qué equipo?"

- "Del Barca", le dije un poco desconfiado y algo temeroso.

- "Yo también!" Hoy mal, Barça mal. Bueno, es un placer conocerles. Españoles siempre buenos" decía mirando a sus amigos. "Aquí un amigo, lo que quieran, yo amigo de españoles para siempre, adiós". Decía dándose los  golpes habituales en el pecho.

Tras despedirnos del trío muy cariñosamente, continuamos nuestro camino mientras mi enano me decía, "Papá, qué susto, pensé que nos iban a atracar".

Y pensando en alto le expliqué mi segundo Rabateo: Los marroquíes aman España y su cultura y disfrutan hablando con los españoles, para ellos, es una especie de orgullo y curiosidad y te paran sólo para hablar e intercambiar contigo unas palabras... (excepto los guías de la Kasbah de Udayas, claro). Pero por encima de todo adoran el fútbol español, el Real Madrid y el Barcelona... "aunque claro... nunca sabremos qué hubiese pasado si llego a ser del Madrid", le dije entre risas mientras entrábamos en casa...




miércoles, 6 de septiembre de 2017

El chico de Armani

Era mi primer sábado en esta ciudad, sólo y sin mucho que hacer, me dispuse a realizar mi primera expedición por Rabat. 

Ignorante de mi, traté de "disfrazarme" para no llamar mucho la atención, vaqueros viejos, zapatillas y polo será perfecto, pensé para mi. Pronto me cercioraría de que, sin darnos cuenta, los extranjeros dejamos evidencias claras de nuestro origen sólo con nuestra presencia, no es ya tanto la ropa, sino la forma de andar, de gesticular o de reír.

Decidí iniciar mi periplo en la Kasbah de Udayas, uno de los barrios más pintorescos que puedes encontrar aquí. Es un barrio en lo alto de un acantilado, con unas vistas espectaculares del Océano Atlántico y que destaca por su originalidad, ya que son calles muy estrechas pintadas de blanco y azul, además de los preciosos jardines que hay junto a una mezquita.

Entraba yo tan tranquilo por la puerta principal cuando un chaval se me acerca y en un inglés cortado me dice que voy por el camino equivocado y que tengo que meterme por un pequeño callejón a la izquierda. El chico, que parece subvencionado por Armani, lleva camiseta ajustada amarilla, bermudas blancas y anchas y unas gafas de sol doradas de espejo que le cubrían media cara. Obviamente no le hago caso (algo desconfiado, no pensaba alejarme de la gente y meterme con él por un callejón por donde no se veía entrar a nadie). El caso es que insiste y le digo que no, y sigo mi camino. Mientras sigo andando pienso que quizás el chico sólo quería ayudarme, porque me fijo en que es cierto que todo el mundo viene en sentido contrario... de pronto, otro muchacho, de tez mucho más morena, en un francés poco inteligible, a voz en grito me recrimina mi trayecto y me vuelve a señalar el callejón que ya había dejado atrás. Le pregunto que si es obligatorio ir por ahí y me dice que sí y en ese momento, aparece el chico de Armani y me dice algo resignado que es lo único que trataba decirme él.

Finalmente cedo con una sonrisa y me dirijo por mi cuenta al callejón, doblo la esquina y me encuentro con la primera calle de ese maravilloso barrio. "Estaba equivocado con ellos, ¡malditos prejuicios!" pienso  para mi, mientras saco mi cámara y empiezo a hacer fotos.

Sigo andando unos metros y de pronto aparece con una gran sonrisa el más moreno de los chavales. Y con su endiablado francés empieza a contarme la historia del barrio... o algo así, porque sinceramente,no le entiendo una palabra... 

Calle tras calle, lo llevo a mi lado, señalando paredes y puertas, mezclando inglés, francés y alguna palabra que todavía no sé si era italiano o castellano, hasta que por fin salimos a los jardines. En ese momento, se despide de mi con el ya característico gesto de los golpes en el pecho... no había que ser muy listo para adivinar que esperaba la propina...

Como yo ya lo preveía, saco 5 Dirhams, el equivalente a 50 céntimos y le doy las gracias. Él se queda mirando la moneda y me dice que qué es eso, que le tengo que dar más... empezamos una pequeña discusión y en cuestión de segundos aparece el de Armani con dos amigos más, que se quedan escuchando el debate... algo amedrentado (o acojonado mejor dicho). Saco 20 Dirhams, que vienen a ser 2 Euros y se lo intento dar, y cuál es mi sorpresa cuando me dice que no, que le tengo que dar 30 euros. 

¿30€?! "Tu es fou, chaval!" le digo indignado. El caso es que finalmente y para evitar problemas acabo dándoles 10€. Y aunque sólo fuese por quedarme tranquilo, me doy la vuelta y les digo que no es justo y que son unos caraduras. En ese momento me coge del brazo el de las gafas doradas (mi corazón se pone a mil) y me dice que no me vaya así, que ellos son buenos, que sólo hacen su trabajo y que por qué piensa eso de ellos. Le vuelvo a explicar que su amigo ni siquiera habla francés, que no me he enterado de nada y que me han obligado a darle los 10€.

Me dice que vuelva con él, que va a hacer el recorrido conmigo otra vez, pero que no permite que me vaya descontento, que son buenas personas y que si quiero me enseña la ciudad entera gratis, "we are your friends, amigo amigo".

Finalmente, le di la mano y le ofrecí mi sonrisa más forzada. Y así, con mi cara de gilipollas me fui de allí, pensando en el primer rabateo y que, me parece, va a ser un mandamiento aquí: "Los marroquíes siempre tratarán de agradarte, puede que no te den lo que tú buscabas, o puede que en realidad te den lo que ellos querían, pero de una manera u otra siempre tratarán de verte satisfecho y nunca les faltará una sonrisa para conseguirlo".