miércoles, 14 de marzo de 2018

Un Rally sin prisas

Hace un mes me ofrecieron apuntarme a un Rally. 

¿Un Rally? pensé. Pero si yo una vez hice un trompo involuntario y casi me desmayo. 

Una vez que me explicaron que en realidad no gana quien más corre sino quien es capaz de mantener la velocidad media que te indican de la forma más exacta posible, decidí apuntarme. Sin duda era una experiencia nueva que me serviría para conocer el país de una forma distinta y además aprovecharía para conocer gente de mi gremio de distintos países, ¿qué más podía pedir?

Llegó el día D, el pasado viernes, y allí que nos fuimos mi copiloto y yo, una compañera de trabajo que, tan aventurera como yo, decidió apuntarse a esta nueva hazaña.

Sin duda fueron tres días inolvidables, ya que aparte de la adrenalina del rally, que aunque light, toda competición siempre tiene, el hecho de ir por carreteras secundarias me sirvió para conocer ese Marruecos rural que nadie conoce y que es difícil de encontrar por uno mismo.

El Rally tuvo lugar por la zona de Beni Mellal, una comarca del bajo Atlas, donde todo son montañas y los paisajes poco tienen que ver con los desiertos que siempre tenemos en la cabeza cuando pensamos en Marruecos. 



En un tramo de descanso, que aprovechamos para ir disfrutando de los verdes y frondosos horizontes que teníamos delante, veíamos niños pequeños volviendo de la escuela, pequeños de seis u ocho años, andando sólos o en grupo, con sus mochilas a la espalda, felices, jugando entre ellos, riendo y saludando a nuestro paso con una gran sonrisa que nos regalaban sin ellos saberlo.

En una de estas, ambos nos quedamos prendados de una niña de no más de 6 años, con unos ojos tan brillantes que nos deslumbró, así que, de mutuo acuerdo, decidimos parar y ofrecerle los caramelos que llevábamos, eran pictolines, quizás algo fuerte para aquella chiquilla, pero lo único de lo que disponíamos a mano. La niña corrió a nuestro paso pero se quedó a unos metros de distancia, mi compi le decía que se acercase para que cogiese los caramelos, pero ella, siempre risueña gritaba que no, que nos bajásemos nosotros, manteniendo la distancia. Finalmente y tras mucho insistir, entendimos que la niña estaba bien aleccionada para no acercarse a coches extraños, cosa que nos pareció estupenda, así que optamos por dejarle los caramelos en el suelo y nos fuimos, dejando aquella sonrisa en nuestro retrovisor mientras retomábamos la marcha.

Es lo que tiene un Rally sin prisas. Unas cataratas, las de Ouzoud, con sabor islandés más que magrebí, vestigios de huellas de dinosaurios que harían las delicias del mismísimo Spielberg y un puente natural que ya quisiera Santiago Calatrava. Niños jugando entre la hierba, pastores sin Ipad,  agricultores sin tractores y burros en lugar de motos, abuelas sentadas al arcén de la carretera... 





Y por supuesto, nuevos amigos de Perú, Estados Unidos, Polonia... canciones de ABBA (y el inevitable "Despacito") que bailamos una y otra vez sin importar el poco repertorio del DJ... Eso y más es lo que me llevé este fin de semana, además de un gran cuarto puesto que, aunque inesperado, ¡nos supo a gloria!