sábado, 21 de abril de 2018

Endulzando los sueños de sal

Ayer asistí a una obra de teatro. Se incluía dentro de un certamen de teatro organizado por la Consejería de Educación de la Embajada española y en el que participan todos los colegios españoles diseminados por Marruecos, ¡nada menos que once!

Por desgracia, solamente pude asistir ayer a una obra, "Sueños de sal", del Grupo de Teatro del Instituto Español "Juan de la Cierva" de Tetuán. 

El auditorio estaba repleto de adolescentes venidos de todos los colegios participantes, la verdad es que adultos éramos pocos, y eso se agradece, porque rápidamente te contagias de la alegría y la intensidad con que se saborea la vida a esa edad y de pronto te descubres dando palmas y riendo a carcajadas sin miedo al ridículo o al qué dirán.

La verdad es que sólo empezar ya me sorprendió el decorado, un mar hecho con bolsas de basura azules que gracias a las luces entremezcladas y a un nítido sonido conseguía causar el efecto deseado.

A partir de ahí una gran puesta en escena y un argumento que podría calificarse de melodramático sino fuese porque no tiene nada de exagerado, ya que, por desgracia, es la vida misma. Un enfoque con distintas historias de chicos y chicas que anhelan una vida mejor y deciden viajar a España en patera. 



Gran trabajo de los chavales, crecidos en el escenario y actuando como auténticos profesionales. Sin embargo lo que más me llamó la atención fue la reacción de los espectadores. Chicos marroquíes, venidos de todas partes de Marruecos, Nador, Rabat, Tánger, el mismo Tetuán y sin embargo reaccionaban insensibles a una realidad que bien podría afectar a sus amigos, familiares... o a ellos mismos.

La obra tenía un punto de humor, bien cogido para contrastar así la parte más trágica de las historias, sin embargo, aquellos niños reían sin parar, hacían bromas, aplaudían con las canciones, las niñas silbaban al guaperas que quería ser futbolista y todos se sonrojaban con el beso entre dos enamorados... sin embargo no noté sobrecogimiento a la hora de ver el sufrimiento de aquellos que van buscando una vida mejor y no la encuentran...

Si la obra hubiese sido en España, habría pensado que aquellos niños son ajenos a aquello que pasa más allá de sus fronteras, que viven en su burbuja, en ese barrio en el que han tenido la fortuna de nacer y que les garantiza, al menos, un futuro. Sin embargo, esto es Marruecos, estos chicos son marroquíes y todos los que a diario tratan de cruzar el estrecho arriesgando su vida son sus hermanos, primos o vecinos. Sin embargo, allí estaban ellos, a lo suyo, como cualquier adolescente disfrutando del momento. 

Volví a casa andando, ya tarde, pensando en todo eso. Y al final, me dí cuenta de que precisamente ese contraste fue lo mejor de la obra, esa reacción del auditorio formó parte de la propia trama, porque demuestra más que nunca que todos somos iguales y que la inocencia adolescente y el Carpe Diem imberbe no entiende de idiomas o razas y que es capaz de derrotar y convertir en ficción cualquier situación. 

Esa fue la mejor forma de acabar la historia, saber que ese candor juvenil siempre dará esperanza y vencerá a la realidad por muy triste que sea. Y es que estos chicos, con sus risas contagiosas y sus arrítmicos aplausos consiguieron endulzar los sueños de sal.


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