viernes, 18 de mayo de 2018

Empezando el Ramadán

Ayer viví mi primer día de Ramadán. En realidad lo viví a medias, ya que yo no ayuno como ellos, ni rezo ni hago abstención sexual durante el día (la mía es de 24 horas... qué le vamos a hacer) pero lo cierto es que durante un mes, todo cambia en la ciudad, y eso al final también te afecta.

Mi primera sorpresa fue enterarme de que en realidad no hay una fecha exacta que establezca el comienzo del Ramadán. Sí, efectivamente el Ramadán tiene lugar en el noveno ciclo lunar del año, el cual no coincide exactamente con el calendario occidental, de ahí que cada año vaya variando unos días. Y da comienzo con la aparición de la luna nueva. Según esta información, no hay problema, está claro qué día empieza exactamente, puesto que ya se puede saber con bastante antelación qué día habrá luna nueva. ¡Si hasta hemos llegado a pisar la luna!

Sin embargo, estos días previos, cuando preguntaba a la gente, me decían que seguramente empezase el jueves, pero que podía ser el viernes, e incluso algunos hacían apuestas. Al final logré enterarme de que aunque los cálculos astronómicos predicen perfectamente las fases lunares, el Corán afirma que "aquel que vea la luna que la proclame" lo que se traduce en que necesitan la certeza de un musulmán, por tanto, hasta que un musulmán no ve la luna no da comienzo el Ramadán.

Así, el miércoles por la noche, tal y como estaba previsto, en el momento de irse el sol, comenzaron a sonar varios petardos que avisaban de que, efectivamente, la luna era la que tenía que ser y que había salido con el permiso de Alá.

En realidad la primera consecuencia del Ramadán ya la sufrí el domingo, con el cambio horario. Y es que, ya que durante el Ramadán no pueden comer ni beber hasta que se pone el sol, adelantan los relojes una hora,  de forma que puedan acabar con la agonía antes. Pero como todo, este anticipo horario también tiene una pega, y es que a las 6 de la mañana, tengo un sol espléndido entrando por mi ventana, cuyas preciosas persianas son más estéticas que prácticas...

El jueves, la ciudad ya llevaba otro ritmo, a primera hora de la mañana no había nadie por las calles, los niños entran más tarde al colegio y los comercios no abren hasta el mediodía, es como si la vida urbana se trasladase a la noche. A modo de ejemplo, mi gimnasio durante este mes sólo abre 4 horas al mediodía y vuelve a abrir a las 9 de la noche, posibilitando el ejercicio hasta bien entrada la madrugada...

A eso de las 4 de la tarde vuelve el bullicio, todo el mundo se dispone a preparar el Iftar, la ruptura del ayuno, que sirve de excusa para reunirse en familia o con amigos y por tanto, hay que organizar una buena cena para los hambrientos comensales.

A esa hora los comercios están llenos y los ánimos caldeados, son muchas horas sin comer, beber ni fumar y eso afecta al humor... especialmente cuando vas en coche, donde cualquier amago improvisado  es motivo de altercado. Durante mi trayecto de vuelta a casa, pude ver ya una moto que se cruzó ante un coche y ambos acabaron parando los vehículos y discutiendo en mitad de la carretera... mejor resoplar y tomármelo con calma, porque esto no acaba más que empezar.

Por suerte recibí la llamada de un colega español que iba a celebrar un Iftur a la española, es decir, aprovechar el evento para juntarnos unos cuantos expatriados y ¡hacer un concurso de tortilla de patatas!

Surge así el rabateo de hoy, y es que, aunque lejos de España, es maravillosa la facilidad que tenemos los españoles para adaptarnos, cogiendo lo mejor de cada casa y aliñarlo con lo mejor de la nuestra. 


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